Relato de creación colectiva - Segundo de secundaria
Cansados y pesarosos por no haber terminado la cosecha de papas, los
hermanos regresaban a su casa temprano. El aguacero se precipitaba cada vez con
más fuerza y a ellos les faltaba todavía un largo trecho por caminar. Los niños
comenzaron a preocuparse.
Andrés era el mayor y tenía que cuidar a José. Decidieron cortar camino
y se aproximaron al pequeño bosque de la quebrada. Se recordaron que su mamá
siempre les había advertido que no se atrevieran a cruzar ese bosquecillo donde
vivía una viejita muy mala a quien todos atribuían malignos poderes y decían
que convertía en árboles a los perros que aullaban por la noche interrumpiendo
su descanso. Quizá con las personas pudiera pasar lo mismo. Los pobladores
llamaban al bosque “El cementerio de árboles”.
Los niños iniciaron su travesía sintiendo que el cuerpo se les
escarapelaba. No quisieron volver al camino principal porque la lluvia se
intensificó y no había donde guarecerse. Eran las cinco de la tarde.
Andrés llevaba a su hermano cogido de las manos. A medio oscurecer
vieron un conejo vivaz y pequeño que se internaba con dirección al centro del
bosque e inconscientemente se pusieron a seguirle por el caminito que quedó
marcado en las hierbas ligeramente dobladas. Encontraron una choza recién
construida donde se podía oler el aroma de las retamas florecientes y atrapar
con los ojos el frescor de los tallos. Corrieron para protegerse de la lluvia;
pero la visión se desvaneció y la tormenta caló en lo más profundo de sus almas
desamparadas. Un remolino de truenos y otros retumbos desbordaron el espanto de
los muchachos. Para encontrar una respuesta de lo que estaba pasando, observan
los alrededores. El susto y la angustia de lo desconocido los hizo correr.
Repentinamente, la lluvia calmó dejándoles ver las estrellas del cielo y
la tenue luz de la luna. A cierta distancia, una niña muy hermosa estaba
sentada, como esperando, con una sonrisa. Parecía que era la misma luz de la
luna convertida en cuerpo tierno, delicado y bello; con cabellos de color de la
espiga y carita blanca. Dijo que estaba perdida. Los niños no le creyeron y
trataron de alejarse. Retrocedían mirándola, vigilantes de sus movimientos.
Como un sueño vaporoso, como una pesadilla que asfixia, la niña iba
desapareciendo y de sus pies se esparcía abundante líquido que iba formando un
riachuelo.
Quietos y sorprendidos no atinaban a actuar en ningún sentido, cuando
del riachuelo sale una libélula luminosa que se posa en el pecho de José. La
magia maldita de la noche sorprende a los muchachos, porque en el pecho del
niño no estaba prendida ninguna libélula, sino un gavilán negro con el pico
sanguinolento y las garras preparadas para arrancarle el corazón. Andrés
intenta salvar a su hermano cogiendo una piedra para golpear al rapaz, pero
mata a su propio hermano. El riachuelo se pinta de rojo.
Ahora el gavilán ha tomado la apariencia de una viejita y el cuerpo del
hermano se convierte en piedra roja que Andrés recoge y escapa a la carrera. La
viejita le avienta barro. La mujer maldita hace aparecer de sus dedos llamas de
fuego que lanza al niño quien no se detiene y en loca carrera abandona el
bosque.
En su casa nadie responde. Fuerza la puerta y encuentra en la cama de su
madre otra piedra más grande y también roja. Su desesperación no le permite
pensar, seguro que su madre ha muerto bajo el poder de la bruja. Coge un
cuchillo y se lo clava en el corazón. Su agonía es lenta, como borrachera que
va apoderándose de su cuerpo y lo arroja en el negro abismo. La casa se difumina
y, en su lugar, se atiborran las sombras de un árbol con tres ramas junto a tres
piedras rojas.
Así se encuentra todavía a la altura del viejo camal, en el riachuelo
“La Yucha”. Ahora ya no hay bosque, pero el árbol allí está. Ya no hay bruja,
pero cuando se pasa el puente hacia Huaychulo a veces te cruza un conejito
blanco. En las noches de luna, se oye el borboteo de las aguas como si fuera
una corriente abundante a pesar que durante los días “La Yucha” es tan sólo un
riachuelo agonizante. Algo quedará de su pasado. Siempre vas a tener cuidado
cuando camines por allí.
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