Los
pobladores ribereños, cuando van a cultivar o sembrar las chacras, dejan a sus
niños al cuidado de los mayores. La familia Cairuna Huaynacari tenía siete
hijos. Ellos vivían a cierta distancia del centro poblado.
Cierto
día, Rocío la hermana mayor, mandó a Rosa de ocho años a recoger agua de la
quebrada. Cuando estaba llenando el cántaro escuchó la voz de su madre que le
llamaba y le dijo:
- Ayúdame
a traer la carga que está en el camino.
Ambas
empezaron a caminar, la niña no sentía cansancio. El camino estaba libre de
malezas y espinas. Después de haber caminado un largo rato la niña preguntó:
- ¿Dónde
está la carga mamita?
Ella
prestamente contestó:
- Está
por el otro camino. Vete a traer mientras yo descanso.
Pero
cuando regresó donde estaba su madre, ya no la encontró. Había desaparecido,
incluso el camino. Solo un ñejillal lleno de abrojos estaba. Sus ojos miraron
cosas extrañas. Envuelta en un torbellino de desesperación y miedo comenzó a
gritar.
- ¡Auxilio!
¡¡¡Auxilio!!! -.
Pasaron
los días y la niña estaba poseída por el duende.
Los
padres desesperados la buscaron por diferentes lugares y al no encontrar rastro
alguno recurrieron a un brujo, para que a través de su purga vea dónde se
encuentra su hija.
El
brujo les dijo que su niña fue robada por el chullachaqui. Así mismo, les dio
referencia del lugar donde se encontraba. En compañía del hechicero
ayahuasquero los atribulados padres caminaron entre la agreste vegetación. De
pronto escucharon un llanto infernal. Rosa se encontraba maltratada y fuera de
sí. No permitió que nadie se le acercara. El brujo prendió su sharuti, le dio
unas cuantas sopladas y lograron agarrarla. La amarraron a un árbol para que el
brujo la pueda curar.
Bajo
los efluvios de las purgas lograron conducir a la niña hasta su casa. Rosa se
despertó y comenzó a jugar con barajas. También cogía muchas monedas y de
cierta altura las soltaba haciéndolas tintinear. Así mismo, un grupo de gatos
negro maullaban en coro. Unos se metían en la cocina, debajo de la cama. Todo
esto hacía que el ambiente se tornara espeluznante y tétrico. En un momento que
la dejaban de custodiar, el chullachaqui cargaba con ella. Los padres y vecinos
corrían en su ayuda. El duende al sentir la presencia de la gente dejaba a su
víctima atrapada entre lianas y malezas. Esta acción se repitió en varias
oportunidades.
Sumergidos
en las nieblas de mayúscula preocupación, los padres montaron guardia en forma
permanente hasta que el brujo ayahuasquero terminara con la terapia.
Rosa
a través de sus años primaverales, sin alardear, vive para contar su drama,
pesadilla por pesadilla y ruega a las madres que no dejen a sus hijos a merced
de la naturaleza.
De Fabián Montoya Terrones, El Yacuruna.
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