lunes, 15 de enero de 2018

El chullachaqui


 Los pobladores ribereños, cuando van a cultivar o sembrar las chacras, dejan a sus niños al cuidado de los mayores. La familia Cairuna Huaynacari tenía siete hijos. Ellos vivían a cierta distancia del centro poblado.
Cierto día, Rocío la hermana mayor, mandó a Rosa de ocho años a recoger agua de la quebrada. Cuando estaba llenando el cántaro escuchó la voz de su madre que le llamaba y le dijo:
-      Ayúdame a traer la carga que está en el camino.
Ambas empezaron a caminar, la niña no sentía cansancio. El camino estaba libre de malezas y espinas. Después de haber caminado un largo rato la niña preguntó:
-      ¿Dónde está la carga mamita?
Ella prestamente contestó:
-      Está por el otro camino. Vete a traer mientras yo descanso.
Pero cuando regresó donde estaba su madre, ya no la encontró. Había desaparecido, incluso el camino. Solo un ñejillal lleno de abrojos estaba. Sus ojos miraron cosas extrañas. Envuelta en un torbellino de desesperación y miedo comenzó a gritar.
-      ¡Auxilio! ¡¡¡Auxilio!!! -.
Pasaron los días y la niña estaba poseída por el duende.
Los padres desesperados la buscaron por diferentes lugares y al no encontrar rastro alguno recurrieron a un brujo, para que a través de su purga vea dónde se encuentra su hija.
El brujo les dijo que su niña fue robada por el chullachaqui. Así mismo, les dio referencia del lugar donde se encontraba. En compañía del hechicero ayahuasquero los atribulados padres caminaron entre la agreste vegetación. De pronto escucharon un llanto infernal. Rosa se encontraba maltratada y fuera de sí. No permitió que nadie se le acercara. El brujo prendió su sharuti, le dio unas cuantas sopladas y lograron agarrarla. La amarraron a un árbol para que el brujo la pueda curar.


Bajo los efluvios de las purgas lograron conducir a la niña hasta su casa. Rosa se despertó y comenzó a jugar con barajas. También cogía muchas monedas y de cierta altura las soltaba haciéndolas tintinear. Así mismo, un grupo de gatos negro maullaban en coro. Unos se metían en la cocina, debajo de la cama. Todo esto hacía que el ambiente se tornara espeluznante y tétrico. En un momento que la dejaban de custodiar, el chullachaqui cargaba con ella. Los padres y vecinos corrían en su ayuda. El duende al sentir la presencia de la gente dejaba a su víctima atrapada entre lianas y malezas. Esta acción se repitió en varias oportunidades.
Sumergidos en las nieblas de mayúscula preocupación, los padres montaron guardia en forma permanente hasta que el brujo ayahuasquero terminara con la terapia.


Rosa a través de sus años primaverales, sin alardear, vive para contar su drama, pesadilla por pesadilla y ruega a las madres que no dejen a sus hijos a merced de la naturaleza.

De Fabián Montoya Terrones, El Yacuruna.

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