lunes, 23 de septiembre de 2013

Dignidad, humor, sexo en El héroe discreto


Domingo, 22 de septiembre de 2013 (Publicado en La República)

El regreso. Con su reciente novela, Mario Vargas Llosa no solo retorna a escenarios peruanos, sino también pone en evidencia a quienes, desde la acción anónima, preservan los valores en un país como el nuestro, asediado por la corrupción.

Carlos Villanes Cairo.
Madrid.

El Perú ya no está tan jodido como hace 44 años cuando Vargas Llosa formuló en su novela, Conversación en La Catedral, la famosa pregunta de en qué momento nuestro país había llegado a tal extremo. Ahora se está arreglando, pero todavía late un gran cáncer: la corrupción en todos los niveles.

Por estos días: Cipriani trata de enmendar la plana al papa Francisco; Alan García, Toledo y el reo Fujimori, como los nuevos grandes ricos del Perú; 2 mil policías destituidos tratan de volver al Cuerpo;  repartijas de magistrados y otorongos ociosos,  cleptómanos y analfabetos funcionales. Y un larguísimo etcétera…

Pero atravesamos un momento dulce en la economía, y el Perú crece entre tanto gárrulo suelto. También gracias a personas que desde el anonimato se dejan la piel en esa reserva moral y mantienen su decencia, su velada heroicidad, su sentimiento de bien y de dignidad.

La decimoquinta novela de nuestro Premio Nobel Mario Vargas Llosa centra sus acciones en varios hombres sensatos que luchan por defender su patrimonio construido en décadas con mucho sudor. Y carga la pluma, posiblemente, en el más escuchumizado, pero esforzado, humilde y valiente.

El héroe discreto (Alfaguara, Madrid, 2013, 383 pp.) es Felícito Yanaqué, casado y con 2 hijos, “qué enclenque era, su pecho y su espalda casi se tocaban, y qué renacuajo, a Lituma le pareció casi un enano” (p. 178), empero, muy rico y dueño de una gran empresa de transportes. Casi en la vejez, conoce el verdadero amor carnal en brazos de su amante Mabel, a la que pone “su casita” y la colma de regalos, aunque vive con el miedo de ser 30 años mayor.

Felícito, hijo de cargador y basurero, recibe como única herencia del padre la frase: “Nunca te dejes pisotear por nadie”. Piura ha cambiado mucho y alberga a grupos organizados de maleantes. Unos mafiosos, identificados con una arañita en los anónimos que le mandan, le piden  un cupo de 500 dólares y el empresario dice, públicamente, que prefiere morir a caer en el chantaje. Eso lo convierte en un héroe local, porque casi todos pagan “cupos de protección”. Y aun cuando le raptan a la querida, no ceja, pero un erótico detalle pone a la policía en la pista de los maleantes. Que consigue atraparlos y descubrir al sorprendente cabecilla.

Paralelamente, el autor retorna a Lima para meternos en la piel de tres personajes ya conocidos: don Rigoberto, Lucrecia, su mujer, y el travieso Fonchito, que ahora simula alucinaciones para tenerlos jorobados. El padre decide jubilarse. Don  Ismael, su jefe y dueño de una gran empresa, con 80 años sobre las espaldas, le pide que sea padrino de su boda con su ama de llaves, también varias décadas más joven que él,  para castigar a sus dos hijos porque llevan mala vida y les oye decir que únicamente esperan su muerte para hacerse de la riqueza. Se consuma el matrimonio y “las hienas” inician una serie de amenazas y juicios, mientras don Ismael  vive su luna de miel en Europa. Al volver, de pura emoción, fallece y se arma la trifulca. Con un final, en sendas historias, más bien rosa que rojo de crimen o venganzas.


Vargas Llosa en su adictiva y divertida novela vuelve a los barrios piuranos, a la familia de don Rigoberto, al sargento Lituma, triste y apático como siempre, e incluso a los Inconquistables, pero también al tono melodramático y folletinesco de las telenovelas que escribía Pedro Camacho en La tía Julia y el escribidor, y deja correr sus referencias al disfrute erótico, con escenas de gran humor, y su desenfadado lenguaje de treintañero, asido a la esperanza de que solo la buena gente, la decente, y que desde el anonimato actúa con dignidad, sea cual fuese su rango social, evitará que el Perú siga vejado.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Cómo se escribe



Cómo se escribe, de María Teresa Serafini es una obra que se muestra como un excelente ejercicio didáctico de recopilación, clasificación, análisis y puesta en práctica de los principales mecanismos de elaboración de cualquier producción escrita en sus más diferentes realizaciones y necesidades.

Desde el punto de vista estructural, Cómo se escribe se enhebra en tres grandes bloques: la preescritura, la escritura y la postescritura.

En la primera de ellas, la preescritura, la autora nos muestra los diferentes mecanismos metodológicos que contribuyen a combatir el horror vacui del folio en blanco o la carencia o exceso de ideas que resultan inconexas en nuestra mente. Para ello, sistematiza la producción escrita desde dos ejes, el del formato externo (en referencia al título, la extensión, la presentación, el tiempo a dedicar, el tono, el destinatario…) y el de las ideas propias. Este último apartado es el que resulta más prolífico, puesto que podemos obtener ideas iniciales a partir del uso de mecanismos como la elaboración de listas de ideas, el racimo asociativo y el flujo de la escritura, donde la necesidad imperiosa no radica en la exclusivamente lingüística, sino en la cuantitativa en ideas. Sobre las anteriores lograremos la generación de ideas relacionadas mediante una serie de parámetros que nos ayuden a obtener el elenco de ideas derivativas de nuestras primeras ideas. Es a partir de este momento en el que se poseen un buen grueso de ideas cuando podemos comenzar el tercer estadio de la disposición ideológica, el de la clasificación y estructuración organizativa de éstas.

Desde el punto de vista textual, Serafini comienza su análisis del texto a partir del párrafo como cuerpo principal de todo hecho escrito. Así, en una primera constitución de la tipología textual del párrafo, la autora nos presenta los diferentes mecanismos que nos van a permitir comenzar un párrafo entendido este como manifestación enhebrada y organizada de todas las ideas y esquemas que hemos elaborado en la fase de preescritura. De igual forma, a la hora de finalizar nuestro párrafo, también podemos recurrir a los mismos mecanismos que nos han permitido iniciar el párrafo como ente constitutivo del texto. Para ello, tanto para el inicio como para la conclusión del mismo, Serafín nos propone la síntesis, la anécdota, las breves afirmaciones, las citas, las preguntas o interrogantes y la analogía como mecanismos base a partir de los cuales podamos iniciar o concluir el párrafo.

A la hora del análisis de la coherencia fraseológica, los mecanismos de economía lingüística apuntan hacia usos del que favorece el uso de:
- Proposiciones subordinadas explícitas mediante conjunciones causales (porque), conjunciones concesivas (aunque) o locuciones conjuntivas causales (en la medida que).
- Simplificaciones de las proposiciones relativas.
- Proposiciones subordinadas implícitas a través de dos mecanismos: el uso del participio pasado y del gerundio.
- Uso de sustantivaciones verbales y adjetivales.
- Mecanismos complementarios como la utilización de complementos y la coordinación de elementos.

Tras el estudio fraseológico, la autora italiana nos adentra en el repaso de diversos factores lingüísticos, ortográficos y léxicos de este proceso, aplicándolo tanto al párrafo en general como a la palabra en particular. En este gran repaso, Serafini resuelve -gracias a un minucioso repaso- los aspectos susceptibles de entrar a la duda lingüística. Asimismo, es muy útil la visión del apartado dedicado a la acentuación, que parte desde las normas básicas hasta la acentuación diacrítica y sus usos habituales como diferenciador significativo. Otros aspectos que se analizan en este apartado lingüístico son los usos incorrectos del gerundio, como también los efectos del dequeísmo y el queísmo. Por lo que respecta a la puntuación, el análisis general sobre los estilos puntuales se concreta en una visión clara de la utilización del punto, la coma, el punto y coma, los dos puntos y todo el conjunto de signos (puntuación, interrogación, etc.) que conforman las marcas de tonalidad y velocidad del texto.

Un último punto de este proceso de escritura es el que se dedica a la selección de aquellos términos y palabras adecuados a cada tipo y momento de escritura. Así, la relación de la producción escrita en relación al uso del diccionario no pasa inadvertida para nuestra autora, puesto que nos ofrece una serie de mecanismos para mejorar nuestro escrito, como también para mejorar nuestro propio léxico. Estos objetivos pasa, por ejemplo, por una abundancia -controlada- de palabras en nuestro propio vocabulario, de forma que se intentará no incurrir en un excesivo uso de anacronismos (del tipo de frases hechas y aforismos caídos en desuso), así como en el número de repeticiones de nuestras palabras gracias a la utilización de paráfrasis, sinónimos y circunloquios.

Para finalizar, el último estadio correspondería al proceso de revisión y corrección después del hecho escritor. En él, se ha de prestar especial atención al control de los elementos plasmados sobre el papel. Serafini apunta al orden de los elementos y al del control de la coordinación de verbos de régimen distinto así como los elementos correlativos desde un punto de vista lógico. Esta revisión a posteriori se inserta dentro del proceso selectivo donde además se procede a la eliminación de términos superfluos como los pronombres relativos, dobles negaciones como también las expresiones burocráticas. Un último apartado es el destinado a los convencionalismos establecidos a la hora de las notas a pie de página, citaciones, bibliografía y presentación formal del texto.



martes, 3 de septiembre de 2013

La hormiga que quería ser escritora


Por: Cronwell Jara Jiménez

Era una hormiga muy pequeña, insignificante si se la comparaba con los demás animales de la tierra. Pero era muy voluntariosa.
Quería ser escritora, pero sus demás amigos que habían tenido también sus mismos deseos, arrepentidos ahora, mucho la habían tratado de desanimar. La hormiga los escuchó con paciencia, pero no les hizo caso. Ella, obstinada, quería ser escritora.
-      Pues, si quieres serlo, mira esa pesada roca -le aconsejó una anciana hormiga de mucha experiencia, señalándole una enorme peña en la orilla del camino.
-      ¡Guau! -exclamó la hormiga que quería ser escritora - ¡A mi lado es del tamaño de una montaña!
-      Si quieres ser escritora tendrás que levantarla para que llegues a descubrir la cueva que ella oculta. Si lo logras, se te abrirán ante los ojos las cosas más maravillosas que jamás has imaginado. ¡Allí se guardan las experiencias, las sabidurías y los sueños de los más grandes escritores! -explicó emocionada la vieja hormiga, acariciándose la blanca barba.
-      ¡Claro que sí moveré esa montaña! -sin dudar, dijo la pequeña hormiga.
-      ¿Estás segura? ¿Estás muy segura que lo harás?
-      ¡Espera y verás! -le dijo impaciente la hormiga que quería ser escritora.
-      Calma, entonces -la serenó la vieja hormiga-. Permíteme ayudarte. Toma, recibe estas cuatro bolsitas.
-      ¿Qué son? ¿Qué contienen?
La vieja hormiga le dijo:
-      Las utilizarás cuando estés en apuros. La primera contiene rocíos de "Ingenio y Astucia"; la segunda, rocíos de "Fuerza y Perseverancia"; la tercera, rocíos de "Autenticidad y Espejo de sí mismo"; y la cuarta, rocíos de "Experiencia".
La vieja hormiga se fue, y la hormiga que quería ser escritora quedó sola, muy sola.
Y se enfrentó ante la roca, ¡era grande y seguramente más pesada de lo que había imaginado!; pero, sin embargo, no se desanimó.
Iba a intentar levantarla y hacerla a un lado, cuando una enorme culebra se encaramó sobre la roca y se enroscó ahí para solearse.
-      ¡Sal de la roca, culebra! -le gritó.
La culebra alzó la cabeza para ver quién la molestaba y se rio burlona al ver que era una pequeña criatura.
-      ¿Y para qué quieres que salga?
-      Para levantar y apartar la roca sobre la que tú estás. Tu peso es un obstáculo sobre otro obstáculo, pero, si tú sales, estoy segura de poder alzarla. ¡Vete ya!
La culebra carcajeó y se enroscó más.
-      Pues, ¡no quiero salir! Yo aquí estoy muy bien bajo este sol tan agradable -dijo y cerrando los ojos, se preparó para dormir -; además, ¿por qué tú, una miserable hormiga, tienes tanto interés en apartar esta roca tan grande?
-      ¡Porque quiero ser escritora! -respondió la pequeña -. Y al apartar la roca me veré ante una cueva. Mis ojos se llenarán de cosas maravillosas. Y tendré experiencia, sabiduría…
La culebra entonces abrió los ojos para ver a la hormiga con mucho respeto. Sin duda estaba ante un insecto interesante. Pero dijo:
-      Bah, ¡vete y déjame dormir! Además… ¿Qué podrías hacerme si no lo hago? -y se quedó dormida.
-      ¿Ah, sí? -exclamó molesta la hormiga-. Pues, te las verás conmigo.
Y se dispuso a luchar. Pero, ¿Cómo podría luchar una pequeñísima hormiga contra una enorme culebra, por lo demás: indiferente e ignorante?
Recordó las bolsitas y abrió la primera, de la que bebió una gotita de rocío y, con gran astucia, escaló sobre la cima de la montaña. Segura de que iba a ganar porque se tenía mucha fe, con gran ingenio pícara picó en la cola de la culebra. La enroscada gritó y saltó en el aire como si la estuvieran comiendo viva:
-      ¡Ay! -se dolió- ¿Quién es el gigante invisible que me quiere tragar entera?
Y escapó de la roca saltando como un rayo, alejándose para jamás volver. La hormiga volvió a colocarse ante la roca, pero cuando intentó otra vez alzarla apareció un gavilán y se posó sobre la cima.
-      ¡Gavilán, sal de la roca! -se molestó la hormiga.
Era un gavilán de pico filoso y garras grandes y duras como el acero.
-      ¿Y para qué quieres que salga? -le respondió.
-      Porque quiero ser escritora -contestó orgullosa la hormiga.
El gavilán la miró con atención y con mucha envidia, le dijo:
-      Ah, yo también quise ser escritor, ¡siendo un señor gavilán! Pero nunca lo he sido, aunque ves mi prestancia, la belleza de mis plumas y mi vuelo maravilloso, no sé por qué. Pero tú, insecto despreciable, qué lo vas a ser.
-      Eres el peso que está demás en la roca que estoy por levantar -le indicó la hormiga-. Si sales, estoy segura de alzarla.
-      ¿Y para qué quieres moverla?
-      La roca cubre la entrada a una cueva. Si logro ingresar, mis ojos se llenarán de cosas maravillosas. Y obtendré experiencia, sabiduría.
El gavilán le tuvo odio y, soberbio, acrecentó su envidia:
-      Pues, si es así, ¡no saldré! Si yo que gozo de la libertad y de los cielos del universo y además de ser ave de plumaje espléndido, no he podido ser escritor, ¡tú tampoco lo serás!... Y vete, que te podría aplastar, si yo quisiera, bajo mis garras. Además ¿qué guerra podrías darme si no salgo? -dijo y, en un gesto de amenazante poder, batió airoso las alas.
-      ¿Ah, sí? -reclamó con gran valor la hormiga -¡Pues, te las verás conmigo!
El duelo ya estaba pactado. Pero no bien aceptó el reto la hormiga, el poderoso viento surgido de las alas del gavilán, con gran menosprecio la arrojó lejos, por los aires.
"Por lo visto, este gavilán es soberbio y envidioso", meditó la hormiga. Y sacando la segunda bolsita, bebió su rocío.
Al verla volver, "qué terca", dijo el gavilán y agitando sus alas nuevamente hizo gran viento. Y hecho esto, quedó dormido, creyendo que aquel ridículo insecto ya no molestaría.
El gran viento, para la hormiga, fue como una tempestad; pero perseverando sacó fuerzas y se agarró bien con sus patitas para seguir avanzando.
Con mucha paciencia subió sobre un arbusto que había al lado de la roca, encaramó sus ramas y descolgó de una hoja sobre la cabeza del gavilán. Era color tierra y no tan bello como el mismo gavilán decía. Con sigilo ingresó a uno de sus oídos. Y ya dentro, gritó:
-      ¡Te dije que te fueras, feo gavilán! ¡Y bien te lo advertí! -y testaruda, picándole ahí, en el pequeño agujero-: ¡Vete! ¡Lárgate ya!
El gavilán saltó en el aire creyendo que acaso le había picado una gran avispa, pero no viendo a nadie:
-      ¡Ay! -gritó acobardada y quejándose - ¿Cuál será esa fiera tan grande e invisible que habrá querido devorarme, empezando por mi cabeza?
Y elevó el vuelo para jamás volver.
La hormiga saltó a la roca, descendió de ella y se enfrentó luego bajo su enormidad, disponiéndose nuevamente a levantarla.
Pero, antes de realizar el esfuerzo, un alacrán con mucha parsimonia escaló sus paredes y se posó en la cima.
Sin desalentarse y, por el contrario, volviendo a mostrar paciencia, la hormiga otra vez insistió:
-      ¡Alacrán, por favor, aléjate de la roca!
El alacrán, que era brillante como el sol, alzó el aguijón amenazante y ponzoñoso, y mirando con el mayor desdén a la hormiga:
-      ¿Y para qué demonios quieres tú que yo salga?
-      Porque quiero ser escritora -contestó esta vez con humildad la hormiga. Y si tú sales, yo podré levantar la roca. Y entonces ingresaré a la cueva. Mis ojos verán cosas maravillosas. Y adquiriré experiencias y sabiduría para mi oficio.
El alacrán, extrañamente, se interesó en verdad por lo que oyó. Miró y remiró desde lo alto a la hormiga y le dijo:
-      Qué curioso. Sin embargo, a mí me gustan tanto las lecturas. ¡Y gozo con criticar! Pero, es más: sin haberte leído, ¡ya no me gusta tu obra! Eres fea, hormiga, y no me caes bien. ¡Nunca saldré! Y considérame desde hoy tu peor obstáculo. ¿Y quieres saberlo por qué? Muy bien, pues: ¡mira, mira este aguijón donde guardo mi ponzoña!
-      No te temo -le amenazó la hormiga-. Tendré entonces que enfrentarte.
-      Ni lo intentes. Si me muevo será sólo para devorarte, despreciable criatura. Además, ¿qué podrías hacerme? ¡Me dan risa tus amenazas! Vete y déjame dormir.
-      ¡Ah, sí! -aceptó el reto la hormiga - ¡Pues, te las verás conmigo!
Pero, reflexionó: "¿cómo podría vencerlo?"
Con paciencia y segura de sus habilidades, la hormiga volvió a escalar el arbusto, encaramó la alta rama justo sobre el gran tórax donde estaban los ojos del alacrán y, soltando el rocío de la tercera bolsita, ¡chas!, le mojó la visión.
El alacrán que dormitaba, despertó empapado. Y viéndose por primera vez así mismo, como ante un espejo:
-      ¡Ay! -gritó - ¡Qué ridículo y detestable ser! ¡cómo leo la más profunda envidia y frustración de artista, en sus ojos! Morirás por asustarme, ¡toma! ¡y toma! ¡prueba de mi aguijonazo maligno!
Saltó el alacrán de la roca y se hundió por la maleza, quejándose:
-      ¡Ay!, ¡ay!, ¡ay! -y así, sin dejar de picarse, desapareció.
Y cuando por fin sola la hormiga que quería ser escritora se vio ante la enorme roca, antes de intentar alzarla, se dijo:
-      ¡Pero, caray! Tanto esfuerzo para llegar a este final, para de nuevo encontrarme con este, el más grande obstáculo, puesto que la piedra no podría oírme si yo le hablara que salga por ella sola… Pero, no me acobardo. ¡La levantaré y llegaré a la cueva!
Sin embargo apareciendo un grillo, nada agresivo, se impresionó al ver a la hormiga en actitud de querer alzar la roca.
-      Te he estado observando desde un inicio -le dijo el grillo-; y sé que quieres ser escritora. Es admirable, pero ¿puedo verte en este tu último esfuerzo?
-      Sí -le respondió la hormiga -: con tal que no intentes desalentarme. Tendría que luchar también contra ti, y no quisiera.
-      Oh no, yo admiro a los escritores -dijo el grillo-, y no te interrumpiré en tu destino. Sigue… aunque, no olvides. Te queda aún una bolsita.
-      ¡La de la experiencia! ¡Cierto! -se alegró la hormiga y tomó su contenido.
La hormiga, entonces, sujetó la enorme piedra, alta y pesada como podría ser un edificio de cinco pisos; pero pujó y hábilmente experta, poniendo duras y tensas las patitas, apretó las uñas firmemente en la roca; y luego, ¡increíble!, ¡el edificio de roca se movió y fue levantado en peso!
Con fácil naturalidad la hormiga que quería ser escritora, hizo a un lado la roca. ¡Y apareció la cueva! Era una enorme biblioteca. ¡Eran los libros más hermosos! ¡Los títulos más bellos!
La hormiga que quería ser escritora no cabía en ella de tanta alegría.
El grillo, no obstante, quedó perplejo:
-      No puede ser -le dijo a la hormiga-; yo creí que habías llegado al final, ¡y tienes que leer todos estos libros!
Feliz la hormiga, ya diestra en resolver tantos problemas, le respondió:
-      Pues me alegro que sea así. Que todo fin sea también el principio de un camino. Todos ellos me llevarán a mi destino, lo sé: ¡y seré escritora!
-      Sin duda que ya lo eres -le dijo llegando a la cueva aquella vieja hormiga de la barba blanca-: porque has sabido vencer todos los obstáculos que se te presentaron.
-      Las cuatro bolsitas mágicas me ayudaron, ¡gracias a usted! -le dijo la hormiga joven.
La hormiga anciana le contestó:

-      ¿Qué cuatro bolsitas mágicas? ¡No tenían nada, sólo rocío, agua y aire! ¡Y nada más! ¡Todo salió de ti: fue el poder de tu hermosa imaginación!