sábado, 26 de febrero de 2011

La Biblia, historia o mito


Por: Freddy A. Contreras Oré
(Resumen de "La Biblia y sus secretos" de Juan Arias)

Los estudios contemporáneos sobre la Biblia han llegado a la conclusión que el conjunto de escritos que lo conforman no pueden tratarse de libros históricos según los criterios de la historiografía moderna, por la simple razón de que los más de cuarenta autores que escribieron la Biblia no tenían la intención de hacer un trabajo estrictamente histórico, sino, más bien, trataban de difundir un mensaje espiritual. Abiertas las puertas a la crítica, liberada ya la Biblia del peso de la revelación divina que la había circundado hasta hace poco, los expertos fueron capaces de formular diversas hipótesis, y en ocasiones, hasta disparatadas. Para ciertos críticos radicales la Biblia es sólo un libro de bonitos cuentos nacidos de la imaginación del folclore popular de las antiguas tribus nómadas semitas.

Las pruebas arqueológicas

Uno de los problemas que judíos y cristianos hallan en la interpretación de la Biblia como libro histórico es que no se consigue encontrar pruebas arqueológicas que puedan probar los hechos narrados. La mayor parte de lo que se cuenta como histórico en la Biblia no aparece en ninguna otra fuente no religiosa. De ahí que en el siglo XIX se levantase una especie de fiebre arqueológica a la búsqueda de pruebas testimoniales tangibles sobre los hechos narrados en la Biblia. En la Biblia aparecían nombres de ciudades y personajes de los que ni los griegos ni los romanos tenían noticia.

A primeros del año 2003 apareció en todos los periódicos del mundo una noticia sobre el presunto descubrimiento de un bloque de piedra calcárea con inscripciones en fenicio antiguo que detallaban planos de la reparación del primer Templo, el del rey Salomón. El fragmento, al parecer, pertenecía a la época del rey bíblico Joás, que reinó hace 2 800 años. Los medios de comunicación de todo el mundo subrayaron que si dicho bloque de piedra resultase auténtico, como afirman algunos especialistas del Instituto de Investigaciones Geológicas de Israel, “se trataría de la primera prueba física de apoyo de un texto bíblico”, lo que revela la poca consistencia que la opinión de buena parte de los especialistas en la materia atribuye a las pruebas arqueológicas presentadas hasta ahora en defensa de la historicidad de la Biblia.

Werner Keller, autor del libro Y la Biblia tenía razón, veinte años después de su primera edición, llega a opinar: “existen hoy historiadores, teólogos, científicos y arqueólogos que tras un examen concienzudo de la tradición bíblica, llegan a opinar que, en último análisis, la cuestión de si los hechos relatados en la Biblia son ciertos o errados tiene poca importancia”, ya que para ellos, dice, lo importante de la Biblia es que encierra un mensaje religiosos. Y añade el arqueólogo alemán: “Por mucho que sepamos ya de la Biblia en los días de hoy, aún estamos muy lejos de saber todo de ella. Las preguntas aún no han terminado. Al contrario, cada nuevo descubrimiento suscita nuevas preguntas”.

Finkelstein y Asher, autores de La Biblia desenterrada, sostienen sobre el éxodo de Egipto: “La epopeya de la salida de Israel de Egipto no es ni verdad histórica ni ficción literaria (…). Fijar esta imagen bíblica en una fecha concreta es traicionar el significado más profundo del relato”.

La simbólica historia de un pueblo

La Biblia, en realidad, es más que un libro de historia, por muy importante que sea la historia que en ella se narra. Es historia y no sólo mito, porque, de lo contrario, no tendría sentido toda la compleja y simbólica epopeya del pueblo de Israel y de su fe, que constituye una de las religiones más antiguas e importantes del mundo y que acabó dando vida al cristianismo. Si se tratara sólo de un libro de mitos o cuentos, por interesante que fueran, la Biblia no hubiese tenido tal repercusión en estos últimos tres mil años de historia, ni se hubiesen escrito sobre ella montañas de tratados ni hubiese inspirado tanto y a tantos millones de personas.

Lo más importante, hoy, en el estudio sobre la Biblia no es la discusión sobre su carácter histórico o si se trata de una revelación divina. Lo importante es el significado de estos textos para aquel pueblo semita y este aspecto es, precisamente, el objeto de los últimos estudios bíblicos: ¿qué entendían ellos por historia y cómo supieron entrelazar en una maravillosa obra literaria lo real y lo simbólico? ¿Cómo supieron unir la historia de un pueblo que si existió y que luchó durante años junto a su Dios en busca de su identidad, con las utopías y los arquetipos universales del ser humano?

Si algo de original y de importante existe en la historia del pueblo judío y de su religión –que fue la de Jesús de Nazaret- es que se trató de algo fuertemente enraizado con la vida, con la responsabilidad del hombre con la tierra, con el destino de los perseguidos, con la libertad y con la esperanza en el futuro. Todo eso, con relatos históricos o no, está en el corazón de la Biblia como el mensaje ético, religioso y social más fuerte de la historia. El resto está en manos de los expertos en historia y arqueología.

Las cinco Biblias

Millones de personas tienen en su casa un ejemplar de la Biblia, pero desconoce su historia, sus autores, la lengua en que fue redactada. Y, sobre todo, ignoran que no existe una sola Biblia, sino varias: la judía, la hebrea, la católica, la protestante y la ortodoxa.

Es curioso que la palabra “biblia” no aparezca en la Biblia. Es una palabra creada por los primeros cristianos de cultura y lengua griegas. Significa en griego “libros”, en plural, aunque el uso ha convertido a la palabra en singular. Ese nombre es el que los griegos daban a un rollo de papiro que fue la materia prima con la que se elaboraron los pliegos para escribir algunos de los libros de la Biblia, llamados también rollos, porque cada libro se escribía en un solo rollo de papiro. Pero aún antes de redactarse en papiros o pergaminos, buena parte de los textos de la Biblia existía sólo en la tradición oral y es posible que las primeras aproximaciones de algunas de aquellas tradiciones orales fueran escritas en tablas de arcilla sobre las que se escribía con punzón.

Fue san Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla, en el siglo IV d.C., el primero que usó la palabra “biblia” para designar los libros sagrados, considerados por él como “el libro” por excelencia. Entre los cristianos, la Biblia se llama también “Escrituras”, o “Sagradas Escrituras”, o “Palabra de Dios”, entre otras denominaciones, aunque la forma “Biblia” es la más usada.

El libro sin nombre


Por: Freddy A. Contreras Oré
(Resumen de "La Biblia y sus secretos" de Juan Arias)

Aunque parezca raro, no existía un nombre, entre los judíos, para designar ese conjunto de libros que nosotros llamamos Biblia y que fueron escritos a lo largo de más de mil años. Esa colección de escritos se fue uniendo en un mismo cuerpo de escritura a lo largo de los siglos.

En primer lugar existió la Torá o Torah, o Libro de la Ley de Moisés, llamado también Pentateuco, que significa “cinco libros”, y que son los escritos con los que empiezan todas las Biblias: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Ésa fue la primera Biblia, cuya escritura se atribuye –al parecer erróneamente- a Moisés.

A esa primera Biblia se le añadió, dos siglos más tarde, otro bloque de escritos llamados Profetas, constituidos por cuatro libros de profecías considerados como libros históricos. Y, por fin, el tercer bloque de la Biblia judía, cien años más tarde, lo constituyen los Escritos, una miscelánea que contiene poesía, cuentos, dramas, crónicas históricas y hasta Apocalipsis.

La Biblia judía fue escrita en hebreo y, algunas partes, en arameo, lengua hermana del hebreo que los judíos adquirieron de los persas entre los siglos VI y IV a.C. y que se hablaba aún en los tiempos de Jesús. Existían también algunos dialectos del arameo, por ejemplo en Nazaret, la aldea donde probablemente nació Jesús. De ello quedó constancia en los Evangelios, en la escena en que Pedro fue apuntado como uno de los discípulos del Maestro que acababa de ser apresado. El apóstol Pedro niega conocer al Maestro y los judíos le dicen que es inútil que lo esconda pues habla su mismo dialecto: “Realmente, tú también eres de ellos; pues tu manera de hablar te delata” (Mt. 26,73). Hablaba, en efecto, en el dialecto de Nazaret, el mismo que hablaban Jesús, sus padres y sus hermanos.

Sin capítulos ni versículos

Fue en París, en 1231, cuando apareció la primera Biblia dividida en capítulos, gracias a la labor de Stephen Langton, quien acabó siendo obispo de Cantuaria. La Biblia, originariamente, tampoco contaba con versículos. Dicha innovación –tan práctica en las citas- se debe al impresor francés Robert Estiénne, que, en 1951, viviendo en Ginebra, como protestante exiliado, publicó un Nuevo Testamento en francés con versículos numerados.

En la Biblia original hebrea, el texto aparece corrido, todo seguido sin ninguna separación. Más aún: en el alfabeto hebreo antiguo, en el que fue escrita la Biblia, no existían vocales, sólo consonantes. De ahí la dificultad para traducirla primero al griego y, después, al latín. Como curiosidad: la Biblia judía o Antiguo Testamento tiene 929 capítulos y 23 214 versículos. La Biblia católica tiene 1 189 capítulos y 7 959 versículos.
Las primeras reuniones de cristianos, tras la muerte de Jesús, se celebraban en las sinagogas, pues aún no existían iglesias. Y los libros que leían eran los que pertenecen a la Biblia. Quien en la actualidad lea la Biblia judía –la que se usa todos los días en todas las misas del mundo- tiene que saber que es la misma que leía Jesús, la que usaba para discutir con los fariseos y con los doctores de la Ley. La añadidura del llamado Nuevo Testamento a la Biblia judía fue muy posterior.

La cristianización de la Biblia judía

Los católicos aceptaron en su Biblia una serie de libros que aparecen en la parte llamada Antiguo Testamento y que los judíos nunca aceptaron en su Biblia, ya que los consideraban apócrifos, es decir, que no fueron aceptados en el “canon” o lista oficial de los libros que los judíos entendían como revelados por Dios. (Estos libros no aparecen, sin embargo, en la Biblia protestante). Por otro lado, la Iglesia católica no acepta los Evangelios apócrifos por la misma razón: entiende que no fueron fruto de la revelación divina. Los expertos opinan que, en la lucha contra los protestantes, esos libros de la Biblia resultaron muy útiles a la tesis católicas, ya que reflejaban los temas más controvertidos entre católicos y protestantes, como la existencia del infierno o las oraciones por los difuntos, circunstancias que probarían la existencia del purgatorio, la existencia de ángeles y demonios, etcétera.

El orden de los libros de la Biblia se modificó y quedó establecido cuando se tradujeron de los originales al griego. Es la famosa traducción Septuaginta, realizada entre el siglo IV y el siglo II a.C. por setenta estudiosos judíos de Alejandría. Es curioso, por ejemplo, que Marcos, Mateo, Lucas y Juan, cuando escriben sus respectivos evangelios, citan los textos bíblicos en su traducción griega e ignoran el texto original hebreo.

Quienes utilicen la traducción de la Septuaginta del hebreo al griego tienen que saber que no se trata siempre de una traducción literal, ya que, en muchos casos, no se trata de una traducción fiel sino de una verdadera interpretación. Del mismo modo, también hay que tener en cuenta que los textos originales hebreos con los que trabajaron los traductores diferían en algunos casos de las transcripciones que de dichos textos han llegado hasta nosotros.

Desafortunadamente, no poseemos ni uno solo de los textos originales de la Biblia escritos en hebreo o en arameo. Los más antiguos –pero tampoco originales- son algunos de los encontrados en las recientes excavaciones del Mar Muerto, en Qumram. Estos textos – el libro de Isaías, por ejemplo- fueron utilizados por la secta judía de los esenios y, por cierto, ofrecen muy pocas variantes respecto a las versiones que conocíamos hasta ahora.

Sin embargo, lo destacable de la Biblia es que a pesar de su enorme diversidad, los libros que lo componen forman un todo único reconocido por cualquier crítico o especialista en la materia.