sábado, 26 de febrero de 2011

El libro sin nombre


Por: Freddy A. Contreras Oré
(Resumen de "La Biblia y sus secretos" de Juan Arias)

Aunque parezca raro, no existía un nombre, entre los judíos, para designar ese conjunto de libros que nosotros llamamos Biblia y que fueron escritos a lo largo de más de mil años. Esa colección de escritos se fue uniendo en un mismo cuerpo de escritura a lo largo de los siglos.

En primer lugar existió la Torá o Torah, o Libro de la Ley de Moisés, llamado también Pentateuco, que significa “cinco libros”, y que son los escritos con los que empiezan todas las Biblias: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Ésa fue la primera Biblia, cuya escritura se atribuye –al parecer erróneamente- a Moisés.

A esa primera Biblia se le añadió, dos siglos más tarde, otro bloque de escritos llamados Profetas, constituidos por cuatro libros de profecías considerados como libros históricos. Y, por fin, el tercer bloque de la Biblia judía, cien años más tarde, lo constituyen los Escritos, una miscelánea que contiene poesía, cuentos, dramas, crónicas históricas y hasta Apocalipsis.

La Biblia judía fue escrita en hebreo y, algunas partes, en arameo, lengua hermana del hebreo que los judíos adquirieron de los persas entre los siglos VI y IV a.C. y que se hablaba aún en los tiempos de Jesús. Existían también algunos dialectos del arameo, por ejemplo en Nazaret, la aldea donde probablemente nació Jesús. De ello quedó constancia en los Evangelios, en la escena en que Pedro fue apuntado como uno de los discípulos del Maestro que acababa de ser apresado. El apóstol Pedro niega conocer al Maestro y los judíos le dicen que es inútil que lo esconda pues habla su mismo dialecto: “Realmente, tú también eres de ellos; pues tu manera de hablar te delata” (Mt. 26,73). Hablaba, en efecto, en el dialecto de Nazaret, el mismo que hablaban Jesús, sus padres y sus hermanos.

Sin capítulos ni versículos

Fue en París, en 1231, cuando apareció la primera Biblia dividida en capítulos, gracias a la labor de Stephen Langton, quien acabó siendo obispo de Cantuaria. La Biblia, originariamente, tampoco contaba con versículos. Dicha innovación –tan práctica en las citas- se debe al impresor francés Robert Estiénne, que, en 1951, viviendo en Ginebra, como protestante exiliado, publicó un Nuevo Testamento en francés con versículos numerados.

En la Biblia original hebrea, el texto aparece corrido, todo seguido sin ninguna separación. Más aún: en el alfabeto hebreo antiguo, en el que fue escrita la Biblia, no existían vocales, sólo consonantes. De ahí la dificultad para traducirla primero al griego y, después, al latín. Como curiosidad: la Biblia judía o Antiguo Testamento tiene 929 capítulos y 23 214 versículos. La Biblia católica tiene 1 189 capítulos y 7 959 versículos.
Las primeras reuniones de cristianos, tras la muerte de Jesús, se celebraban en las sinagogas, pues aún no existían iglesias. Y los libros que leían eran los que pertenecen a la Biblia. Quien en la actualidad lea la Biblia judía –la que se usa todos los días en todas las misas del mundo- tiene que saber que es la misma que leía Jesús, la que usaba para discutir con los fariseos y con los doctores de la Ley. La añadidura del llamado Nuevo Testamento a la Biblia judía fue muy posterior.

La cristianización de la Biblia judía

Los católicos aceptaron en su Biblia una serie de libros que aparecen en la parte llamada Antiguo Testamento y que los judíos nunca aceptaron en su Biblia, ya que los consideraban apócrifos, es decir, que no fueron aceptados en el “canon” o lista oficial de los libros que los judíos entendían como revelados por Dios. (Estos libros no aparecen, sin embargo, en la Biblia protestante). Por otro lado, la Iglesia católica no acepta los Evangelios apócrifos por la misma razón: entiende que no fueron fruto de la revelación divina. Los expertos opinan que, en la lucha contra los protestantes, esos libros de la Biblia resultaron muy útiles a la tesis católicas, ya que reflejaban los temas más controvertidos entre católicos y protestantes, como la existencia del infierno o las oraciones por los difuntos, circunstancias que probarían la existencia del purgatorio, la existencia de ángeles y demonios, etcétera.

El orden de los libros de la Biblia se modificó y quedó establecido cuando se tradujeron de los originales al griego. Es la famosa traducción Septuaginta, realizada entre el siglo IV y el siglo II a.C. por setenta estudiosos judíos de Alejandría. Es curioso, por ejemplo, que Marcos, Mateo, Lucas y Juan, cuando escriben sus respectivos evangelios, citan los textos bíblicos en su traducción griega e ignoran el texto original hebreo.

Quienes utilicen la traducción de la Septuaginta del hebreo al griego tienen que saber que no se trata siempre de una traducción literal, ya que, en muchos casos, no se trata de una traducción fiel sino de una verdadera interpretación. Del mismo modo, también hay que tener en cuenta que los textos originales hebreos con los que trabajaron los traductores diferían en algunos casos de las transcripciones que de dichos textos han llegado hasta nosotros.

Desafortunadamente, no poseemos ni uno solo de los textos originales de la Biblia escritos en hebreo o en arameo. Los más antiguos –pero tampoco originales- son algunos de los encontrados en las recientes excavaciones del Mar Muerto, en Qumram. Estos textos – el libro de Isaías, por ejemplo- fueron utilizados por la secta judía de los esenios y, por cierto, ofrecen muy pocas variantes respecto a las versiones que conocíamos hasta ahora.

Sin embargo, lo destacable de la Biblia es que a pesar de su enorme diversidad, los libros que lo componen forman un todo único reconocido por cualquier crítico o especialista en la materia.

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