sábado, 29 de enero de 2022

La runamula

 Recopilación de leyendas de la Amazonía


La runamula es considerada como una hechura híbrida. Cuenta la tradición, que es una criatura cegada por el deseo impuro y que fue castigada con un aspecto mixto, pues la mitad de su cuerpo es de mula y la otra, de humano. 

Runamula, es un nombre proveniente de “runa”, voz quechua que significa “gente”. Su traducción al español es “mula gente” o, como también es conocida, “mula endemoniada”. La creencia nace con la llegada de los colonizadores, quienes trajeron la religión católica, y con ello se comenzó a instruir y advertir que el pecado de la carne puede causar terribles consecuencias para los que han decidido tener un amante oculto. 

La runamula es el alma de una mujer viva, pecadora, que fue convertida en una briosa mula durante la noche mientras su cuerpo descansa dormido. Esto sucede como castigo por sus pecados; además, se advierte que toda mujer que se entremezcla con un hombre casado corre el riesgo de ser maldecida y así convertirse en esta monstruosa presencia que está condenada a trotar por las noches de luna llena y que es cabalgada por un terrible demonio. 

Se cuenta que, el diablo se apodera del alma de la pecadora y la convierte en una mula para así castigarla de forma descomunal y despiadada; la mujer a la mañana siguiente no recuerda nada, pero su cuerpo le queda adolorido por la paliza recibida y, la misma, no puede explicarse el motivo del malestar. 

Existen personas que sostienen haberse encontrado con la runamula; quien es vista normalmente después de la media noche, los martes y los viernes y la describen como un ser parecido a los centauros. Algunos manifiestan que es de color blanco y otros, que es de color negro con una apariencia enfurecida y con los ojos rojos como si estuviera ardiendo fuego.

 

Un relato muy conocido cuenta que María, una muchacha de 18 años, se había quedado el día viernes en casa con sus hermanos de ocho y diez años, ya que sus padres habían asistido a un velorio. Los niños se acostaron en la misma cama y se quedaron dormidos. Al transcurrir la medianoche, María se despertó con el bullicio de un relincho muy intenso, el mismo que trastocó también el sueño de sus hermanos y, al observar por la ventana, notaron en el camino, un animal de color negro azabache de cuyos ojos salían destellos de luz. Ninguno pudo identificar si era un caballo o una mula; el animal desapareció acompañado por el sonido de latigazos que lo hacían relinchar. 

Al día siguiente, bastante impresionados por lo acontecido, los niños le contaron a sus padres los pormenores de aquella misteriosa aparición. El padre les dijo que no hicieran caso y que pudo ser un sueño compartido; pero, los hijos mayores le volvieron a insistir y él mismo dedujo y les contó que lo que sus hermanitos habían visto era el alma de doña Ana, transformado en una mula por el demonio. 

El jefe de familia les dijo que esta mujer, joven y sin hijos, fue abandonada por su marido y, las malas lenguas, aseguraban que ella sostiene entendimientos lujuriosos con sus compadres y que, en ocasiones, visitaba ya noche al cura con el pretexto de ayudarlo con las labores de su casa. Les explicó que a este tipo de mujeres las castiga el diablo, convirtiéndolas en mulas mientras están dormidas y que, él mismo, las monta como jinete y así las hacen galopar hasta el cansancio, las azota con fuertes y feroces latigazos. 

Los hijos mayores le respondieron que todo aquello solo eran leyendas y que ese tipo de cosas no existían; el padre les retrucó que, para el próximo viernes en que haya luna llena, iban a esperar que apareciera el espíritu de doña Ana y le propinarían también una paliza, aparte de la que ya recibía del demonio. 

Los muchachos se entusiasmaron y estuvieron de acuerdo; esperaron con ansias la llegada del día acordado. Pasada las once de la noche, el padre agarró un machete y los hijos unos garrotes muy grandes y se escondieron para esperar a la runamula. Cuando la luna llena ya iluminaba a plenitud, todos escucharon los relinchos lejanos y, poco a poco, fueron percibiendo cómo el golpeteo del galope se iba acercando. Por fin lograron ver que montaba un jinete vestido con ropa oscura que azotaba al animal con vehemencia, mientras, éste echaba chispas por la nariz y por la boca. 

Los mismos, a pesar del miedo, lograron acertarle algunos golpes y, para sorpresa, notaron que el jinete había desaparecido. Corrieron en dirección donde habían visto venir al animal para lograr descubrir a su conductor, pero la búsqueda fue inútil; no lo encontraron. 

Al día siguiente, los participantes de este plan, decidieron confirmar los resultados de los golpes que le habían dado a la runamula; para ello, pasaron por la casa de doña Ana, tocaron la puerta. La dama contestó con una voz débil y con muestra de estar adolorida: “Pasen, pasen, aquí me tienen metida en la cama, sin poder moverme; me duele todo el cuerpo, como si me hubieran dado una paliza, pero anoche me acosté temprano sin sentir ninguna molestia y tengo moretones en todo mi cuerpo”. 

Le desearon que se mejore pronto y prometieron que luego la visitarían para saber si estaba sanando; sintieron un poco de remordimiento por los golpes que a mansalva le habían dado, pero de esta forma ya no quedaba duda de la existencia de la runamula.


martes, 18 de enero de 2022

El yacuruna

Recopilación de leyendas de la Amazonía 



Hace mucho tiempo, en la comunidad nativa de Shimpiyacu, vivían por lo menos tres familias que se dedicaban a conservar sus creencias y a respetar el espíritu del bosque. De una de estas familias vio la luz una hermosa niña, quien era celebrada por todo el pueblo.

Esta niña, ya en la flor de su edad y belleza, era el orgullo de sus padres; varios mozos, guerreros del pueblo y, expertos cazadores se presentaban a la familia para proponerle matrimonio; sin embargo, ella los rechazaba debido a que no encontraba lo que su corazón añoraba.

La hermosa joven acostumbraba ir al río y sentarse, horas tras horas, durante la luna llena, pensando en las ocurrencias de sus pretendientes cuando, en una noche, se le presentó un joven apuesto, de apariencia gentil y de mirada dulce. Repentinamente la muchacha quedó prendada de éste, aunque nunca antes lo había visto por el pueblo; era diferente a los demás, mostraba un sincero corazón.

Bastó solo ese primer encuentro y la chica confió en el extraño joven. Tanto fue su buen ánimo que siempre acordaban encontrarse en las noches de luna, a orillas del río, y conversaban largas horas.

La abuela sospechaba mucho de las salidas de la joven ya que siempre regresaba contenta y no le contaba nada. Fue así como, la abuela le recriminó sus escapadas y le prohibió volver al río si no le confiaba qué estaba ocurriendo. La chica, con emoción, le confesó todo respecto a su aventura amorosa a su única confidente. La anciana se alegró mucho ya que sintió que al fin llegaría el momento que tanto había esperado para su nieta, que se comprometiera y contrajera matrimonio.

La feliz abuelita accedió a que la joven prosiguiera con su prometido, pero con una condición: Tenía que presentárselo a ella, primero. La jovencilla, muy contenta, llevó a su pariente al río; allí estuvieron esperando dos horas, cuando de pronto, el joven galante apareció. Ella sospechó ligeramente, pero se mantuvo serena para no contradecir la dicha de su nieta. El extraño aspirante también percibió las dudas en la mirada de la anciana, por lo que, un poco disgustado, se retiró, no sin antes prometerle que haría feliz a su nieta y que la boda se realizaría pronto.

Después de un ciclo lunar, el joven se presentó ante la familia completa, los que mostraron su asombro por su galante aspecto; conversaron mucho y celebraron el matrimonio. Ya al borde de la madrugada, se despidió dejando establecido un pacto secreto con la novia, quien accedía a cualquier pedido de su amado; situación que no convencía a la abuela.

A la medianoche del día siguiente, la reciente esposa salió de su casa rumbo al río; pero la anciana la siguió, abrumada. Escondida, observó que, en el borde del río, el muchacho se quitó el disfraz de humano. A la luz de la luna, era un demonio, el mismo Yacuruna, quien estaba delante de su nieta. Asustada, corriendo, trató de alcanzarlo, pero todo fue en vano, ya que desaparecieron en el río.

Los parientes, destrozados por la noticia, buscaron por doquier con ayuda de los vecinos y guerreros de la comunidad. Fue en vano. Hurgaron por ríos, abrevaderos, nacientes, y no hubo rastro.

El padre, triste y furioso, pidió ayuda al brujo del pueblo para pedir consejo de cómo encontrar al Yacuruna. Éste hizo un llamado a los espíritus del bosque, los cuales le respondían que solamente aparecería en luna llena o en sueños. Pasaron meses y no había respuesta. La madre no soportaba el dolor de no tener a su lado a su pequeña.

Fue así que ella tuvo un sueño donde su hija se encontraba feliz y a cargo de una enorme casa donde tenía criados y animales de granja en cantidades. La muchacha, llorando, le pedía que no se preocupase, ya que, al verla, valiéndose de los espíritus de los árboles, sufrida e infeliz, su tristeza era mayor. Le prometió que, en dos días, la vería a la media noche en el río para hacerle entrega de un gran presente de parte de su esposo y ella; tenía en mente regalarle miles de gallinas, venados, añujes, majases y varios animales de granja, comestibles.

Rebalsando llanto y alegría, contó el suceso a su esposo y a los habitantes de la comunidad. Esto llegó a oídos del brujo, quien auguró que era peligroso ir; pero la mujer deseaba ver a su hija y se mostraba dichosa. Todos trataron de persuadirla, entre llantos, reconvenciones y riñas; pero ella sola se daba aliento, aunque, a veces lloraba amargamente. Su esposo la tuvo cautiva y con vigilancia para que no saliese la noche pactada por temor a las consecuencias de aquel encuentro.

La abuelita, contagiada por las expectativas de su nuera, hizo lo imposible para distraer a la seguridad y, al no conseguirlo, invitó a los custodios masato con piscas de hierbas alucinógenas para provocarles perniciosos sueños. Luego abrió la cerradura y salieron corriendo hacia el río; pero ya era más de la medianoche y únicamente encontraron diez sacos de diversa variedad de peces: zúngaros, bujurquis, bagres y paiches.

Aparte de lo encontrado, descubrieron los rastros de la joven, del Yacuruna y de los animales que habían prometido en el sueño. Amaneció y algunas personas encontraron a la abuelita y a la madre llorando al costado del presente. Tristemente, avanzaron hasta al pueblo cargándolo todo y sólo hubo silencio entre los integrantes de la familia y el pueblo. Saciaron su apetito con los peces y luego se resignaron con la pérdida de la hija más querida de Shimpiyacu.

Pasaron dos años y la madre, agobiada, salió al campo donde le tocó descansar a orillas del río. Al quedarse dormida, soñó nuevamente con su hija; pero en este sueño, la hija estaba llorando. Preguntó por qué su llanto, y si era causa del demonio. La muchacha le respondió que él la amaba por demás y nunca le haría daño; pero, por designios del destino, tenían que retirarse del pueblo porque había invasores que mataban a sus animales con venenos y otras sustancias nocivas y ya nunca volverían.

La amante madre lloró desconsoladamente, por lo que su hija le propuso venirse con ellos; a medianoche la esperaría a orillas del río. Salió a la hora convenida, sigilosamente, de la aldea; pero los moradores, el brujo y el esposo sospechaban de su conducta y le siguieron de lejos. La anciana suegra también les siguió. De repente, en el claro del río apareció la viva imagen de la hija perdida, flotando en el agua, y, detrás suyo, el Yacuruna, en forma de demonio rojo montado en un gigantesco caimán. Los guerreros con el brujo corrieron tras ellos, pero, como alma en pena, desaparecieron en las aguas del Río Mayo.

Tan sólo quedó un escrito en la arena: «Los quiero mucho, me llevo a mi mamá porque no quiero que sufra y esté a mi lado por siempre». El esposo se desmayó y regresaron entristecidos y con ganas de seguirlos, pero todo era en vano…

Se dice que, en luna llena, cuando la luz refleja las aguas del Río Mayo, se observa a lo lejos a dos mujeres inseparables lavando y jugando sobre la ribera del río, quienes, después de breves instantes, desaparecen.


miércoles, 12 de enero de 2022

Sachamama, madre de la selva

 Recopilación de leyendas de la Amazonía


Antiguamente, en los pueblos de la selva, la caza era una actividad común para el sustento familiar. Los cazadores ingresaban a los recovecos del monte en busca de presas como venados, chanchos salvajes, entre otros.

Un día de esplendoroso sol, uno de aquellos se adentró en la espesura tras de una buena cacería; pero daba impresión que la suerte no estaba de su lado, pues ya llevaba una semana y no había conseguido cazar absolutamente nada.

Sin perder esperanza, penetró todavía más en la selva; cuando de repente el caótico clima se descompuso y comenzó a llover. Descontento por el suceso, se apuró en buscar un refugio entre los árboles, en medio de la opacidad causada por el follaje y el aguacero, hasta que se topó con un viejo árbol caído y de gran tamaño, cubierto de musgo, que atravesaba de palmo a palmo su ruta.

Su experiencia le hizo inferir que aquél era el lugar perfecto para levantar un tambo o choza temporal, hecho de ramas y hojas anchas, para protegerse de la precipitación que ya era todo un diluvio.

Usó el lado del tronco como pared y armó el resto de la guarida previendo de dejar suficiente espacio para su equipo y una fogata. Cuando terminó de construir el lugar provisional acomodó sus cosas y clavó el machete en el árbol caído; pero entonces, un inesperado temblor remeció la selva destruyendo el refugio y desparramando sus pertenencias por el suelo. El pobre cazador se pasó toda la noche tratando de reconstruir su choza hasta que, de madrugada, el clima mejoró y le permitió descansar. Prendió una fogata que le permita abrigarse y preparar sus raciones que, ya en ese momento, le eran escasas.

Ya había amagado buena lumbre que calentaba las piedras y el tronco que le guarecía. El cazador iba disfrutando de agradable tibieza, cuando un nuevo temblor sacudió la selva destruyendo nuevamente el tambo y removiendo la tierra hasta apagar el fuego.

Nuestro personaje se encontraba desconcertado por su mala suerte que desistió levantar de nuevo el refugio y se puso a descansar esperando la mañana para proseguir su actividad, consternado por el extraño movimiento telúrico. Y es así que la curiosidad nacida de la sorpresa, juntamente con la espera, recayó sobre el árbol en el cual se recostaba.

Primero trató de observar los dos extremos del tronco que se perdían entre los matorrales; quería saber que tan largo era la extensión del árbol, ya que su diámetro le parecía exageradamente ancho. Siguió explorando hacia uno de los lados, penetrando entre los arbustos, y se dio cuenta que se dirigía hacia lo que era la parte superior del árbol, pues el diámetro se hacía más delgado a medida de su avance. Al llegar al final, el cazador mostró un rostro de terror: colinas de huesos se levantaban por doquier en un claro gigante de la selva. Los huesos más recientes eran los que se encontraban cerca, mientras que los más lejanos podrían compararse con fósiles muy antiguos ennegrecidos por el tiempo.

Con una mezcla de miedo y letal curiosidad se dirigió hacia el otro extremo; pasó nuevamente por su refugio e ingresó al lado opuesto del sombrío follaje. Haciendo un cálculo aproximado, concluyó que era un árbol de unos sesenta metros de longitud, con un diámetro que se agrandaba conforme avanzaba.

De repente, al llegar casi al final del otro extremo del árbol, una nueva distracción ocupó su mente; era un venado que estaba en un claro, justo donde terminaba la base del tronco. Su sabiduría de cazador le permitió elucubrar que si no aprovechaba ese momento no llevaría nada a casa; sin embargo, algo lo desconcertó, pues sabía que a la distancia donde él se encontraba y sin arbustos ocultándolo, ya había sido percibido por el animal y, a pesar de esto, éste le miraba fijamente y no parecía temerle.

El desconcierto se hizo todavía mayor cuando el cervato se dirigió hacia él y cambió de dirección, justamente unos pasos antes, yéndose a la base del árbol hasta desaparecer de su campo visual. Una explosión de miedo se acrecentaba en él haciéndose, cada segundo, más inmensa conforme ordenaba sus ideas y la sorpresa se rendía ante la realidad.

Reconoció una gigantesca cabeza de serpiente con las fauces abiertas, unos ojos que soltaban un brillo frío, unos cuernos pequeños sobre los ojos, que, según los conocedores, les crece a algunas serpientes cuando alcanzan la vejez, haciendo que la visión se muestre horrorosa. Se cree que cualquier animal u hombre que, por ignorancia o descuido pasa por su delante, cae en el campo encantado de la Sachamama, atraído hacia su poderosa mandíbula para, luego, ser triturado y devorado.

El cazador se percató que unos pasos más lo hubieran convertido en una pila de huesos al otro extremo del maldito ser. Lo más rápido que pudo, retrocedió y, alelado, se dirigió a su refugio, cogió sus cosas y caminando como un autómata se dirigió rumbo a su pueblo. Comprendió que la suerte estuvo de su lado tres veces durante la jornada. La primera vez, cuando clavó el machete, la sierpe se sacudió por el dolor ya que, al parecer, atravesó su gruesa piel; pero el cazador no tomó nota de aquella extraña presencia. La segunda fue cuando el fuego molestó el costado de la serpiente, y tampoco aquí se dio cuenta. La tercera y última, fue con el venado que, justo para su suerte, estuvo presente antes que él se ubicara ante la vista de la Sachamama.

Él mismo, cuando se recuperó, relató la historia a los lugareños, el cual se sumó a otros más que también habían tenido la suerte de vivir para contarlo.