domingo, 15 de diciembre de 2019

Secretos de un cuentacuentos





Los festivales de cuentacuentos son actividades muy educativas y disfrutadas por todo público. En ellos puedes conseguir que estén un buen rato con los ojos fijos, abiertos como platos, al igual que los oídos, sin perderse el mínimo detalle. Podemos hacerles reír, y sobre todo podemos enseñarles el valor y el poder de las historias. Por eso, en este post de Susan Beltrán te damos sugerencias para participar en uno.

Organizar una actividad de cuentacuentos puede resultar muy enriquecedor tanto para animadores como para el público. El animador va a poder demostrar su frescura y espontaneidad ante el auditorio y el público se va a ver involucrados en una actividad tan llena de elementos atractivos, que incluirá la lectura como una de sus aficiones preferidas.

En relación a su atuendo, el cuentacuentos debería ir vestido de trovador, y si es necesario, con maquillaje. Es muy importante que se meta en su papel y realmente parezca un cuentacuentos y no una persona disfrazada para contar historias. La actuación debe estar cargada de realismo, cuidando al máximo hasta el mínimo detalle.

Tiene que ir contando los cuentos de memoria, sin leerlos, e ir pasando de uno a otro relacionándolos entre sí. No puede hacerlo sin que el conjunto tenga un sentido lógico. Además, el cuentacuentos debe llevar un ritmo pausado, pero sin caer en el aburrimiento de los presentes, y esto lo conseguirá aportando datos nuevos en cada una de las frases que diga.

Además, el animador debe hacer suyo el texto de los cuentos, y puede incluir cosas que no estén en los mismos para hacerlo más atractivo. Asimismo, debe ensayarse la actuación previamente frente a alguien porque, aunque creamos que nos sabemos los cuentos y los enlazamos bien, hasta que no los contamos en alto no sabemos exactamente cómo puede quedar la narración.

El trovador debe provocar emociones, sensaciones y crear un interés en el espectador. Para ello, la colocación del público es indispensable. Éstos deben estar muy cerca, sentados preferiblemente en semicírculo para que el contacto entre el animador y los niños sea directo y pueda provocar en ellos todos estos efectos que pretende.

El narrador no debe utilizar muñecos ni dibujos para completar la narración, porque de esta manera conseguiría que los niños se distrajesen y no jugasen con su imaginación, siendo ésta la que juega el papel más importante en este tipo de actividades, ya que estimula su creatividad e imaginación.

La entonación será muy importante. Deberá darse la entonación apropiada en cada parte del cuento para que la narración resulte atractiva. Habrá que crear suspenso en los momentos en los que el cuento lo requiera, y habrá que utilizar diferentes tonos dependiendo de lo que trate la narración. Por ejemplo, si el cuento tiene partes de miedo, el animador puede gritar para mostrar el miedo de los protagonistas, o sollozar si el protagonista llora.

Los gestos también son indispensables durante la narración, ya que el animador debe expresar lo que está narrando. Si el protagonista del cuento está alegre, el monitor debe expresar exactamente esa alegría.

Se incluirán gestos graciosos, incluyendo onomatopeyas, que pueden hacerles reír en momentos determinados durante la narración. Los ojos y las manos también jugarán un papel muy importante puesto que atraerán la atención de los oyentes y además le darán mayor expresividad a la actuación del trovador.

En cuanto al estilo, los cuentos deben empezarse con frases populares como, por ejemplo: “Érase una vez…” y deben finalizarse también con alguna oración como: “Colorín, colorado, este cuento se ha acabado”.

Se pueden emplear repeticiones para que los niños conozcan mejor a los personajes y para que incluso en ocasiones puedan participar en la narración. Por ejemplo, si uno de los cuentos elegidos es el de “La Ratita Presumida” se pueden hacer partícipes a los niños cuando los distintos pretendientes van a pedir matrimonio a la ratita, y que todos digan a la vez: “ratita, ratita ¿te quieres casar conmigo?

Los cuentos elegidos pueden ser desde cuentos conocidos por todos, a cuentos nuevos e incluso inventados, pero siempre deben ir enlazados. Se pueden alternar entre cuentos realistas o cuentos con elementos de ficción. Los cuentos con protagonistas humanos o animales personificados pueden ser utilizados en este tipo de tarea, aportando variedad y evitando que la actuación resulte monótona.

¿Cómo hacer una buena selección de textos? Aquí vamos a darte una serie de ideas que podrían servirte para crear una sesión de cuentacuentos. En primer lugar, se pueden buscar cuentos por temática, por ejemplo: fábulas, cuentos de princesas, cuentos sobre objetos animados, etc.

De ahí seleccionamos los que más nos gusten y buscamos entre ellos un eje argumental. Por ejemplo, las princesas buscan mascota y éstas buscan un juguete con el que pasar las horas.

El trovador puede contar a la audiencia que las princesas están muy preocupadas porque debido a los últimos avances en tecnología, sus historias están siendo olvidadas, ya que los niños no leen sus cuentos y pasan las horas jugando con consolas y juegos de ordenador. Entonces, han buscado a este trovador para que comparta con los niños sus historias y así éstas no sean olvidadas.

Y, por último, no olvides hacerles reír, adapta los cuentos cuanto sea necesario para que estos estén cargados de humor y de elementos que les hagan reírse a carcajadas. Esto les hará pasar un rato muy agradable que no van a olvidar con facilidad.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

Inolvidable Luna


Relato de creación colectiva - Quinto de secundaria

Luna, hace tiempo que ya no juegas con tus amigos, le decía su madre.
- No mamá, no me siento con ánimos para jugar.
- Pero, entonces, juega con tus muñecas.
- ¡No!
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Indudablemente, su madre no entendía lo que estaba ocurriendo con Luna, pero, en los rincones de su corazón, se escuchaban las voces del mal agüero. Su intuición no machacaba en vano; Luna tenía un gran problema y no quería contárselo. Decidió callar y hundirse, entonces, en esos torrentosos remolinos que la ahogaban y la alejaban del mundo, cada vez, más y más.

Luna, con lágrimas en los ojos, como si estuviera lloviendo a cielo partido, me confesó lo que aquel trágico día presenció. Tenía siete años, para ser precisos. Paseaba por su espaciosa casa, muy confiada. A veces pienso que se equivocó en esa forma de ser, confiada en extremo. Pero ya que importa; por lo menos eso sirvió para conocernos. Aunque más tarde me di cuenta de que, de una u otra manera, estábamos conectadas interiormente.

En uno de esos días en que se busca tranquilidad mirando la esplendorosa puesta del sol, Luna observó que golpeaban a un hombre y, no lo pudo creer, porque, pronto se dio cuenta que aquella persona maltratada era su padre, el ser quien la vio crecer y la acarició durante sus noches de desvelo. Ver como la luz de ese gran hombre se apagaba y caía en la oscuridad por medio de la cruel tortura provocó un pertinaz daño en su corazón de niña.

- ¿Quién me puede explicar lo que ocurrió? - se preguntaba en su soledad, después de haber huido de aquel desastroso encuentro. El tiempo no curó su dolor. Cuando cumplió doce años, en su memoria galopaban vivos y enteros los recuerdos del día en que mataron a su padre.

Cuando le pedí que siguiera con su relato se le quebró la voz como cristal en añicos. Entonces, el misterio de lo acontecido, despertó en mí una curiosidad extraordinaria.

Si no fuera por Luna, jamás habría logrado descifrar ese código de palabras. Quién pensaría que yo, la niña más tímida del aula, lograría ese reto; porque, apuesto a que, si mis amigas estuvieran aquí, se burlarían de mí diciendo que soy una llorona y sentimental.

Ella se ponía a llorar y yo me llenaba de empática ternura. Nadie podía entender que en esa cabeza pequeña anidaba una gran vergüenza porque creía que la iban a señalar por tener una madre loca y un padre asesinado. Siempre repetía “Quiero ver las aves volando, pero no quiero conocer quién les está apuntando”; era algo extraño, pero tenía razón.

Luna trataba de calmar sus miedos volcando un amor apasionado a las flores, los caminos y paisajes de nuestro pueblo. Una tarde calurosa la seguí secretamente por sus rutas amadas y solitarias. Cruzamos un puente y llegamos a una lagunilla formada por el desvío del río. El campo estaba cubierto de un delicado pastizal que le daba el verdor de los días primaverales. Ella comenzó a cantar.

Cantaba maravillosamente que su voz atraía a las aves del cielo y cuando ellas llegaban a sus manos, Luna decía: “Si tan sólo fueran libres sería un alivio para mí”. Sin duda que era una prisionera más de esta inmensa soledad que nos hace sentir únicos a pesar de estar acompañados. Pero, esa misma soledad nos unía más a Luna y a mí.

Luna sufrió mucho con la enfermedad de su madre. Mucho tiempo antes de que su progenitora enloqueciera, Luna se encerraba en su dormitorio y recitaba plegarias por ella. Los estudios y los juegos con los amigos del barrio fueron olvidados por completo. Aún recuerdo cuando Luna me contó cómo fue a parar en este sótano donde yo también quedé atrapada. Fue entonces cuando su madre perdió la razón totalmente. No pudo soportar la ausencia de Luna, después de la partida del padre.

Luna salió del cuarto donde desahogaba sus penas cuando oyó que sus amigos lo llamaban y, sorpresivamente, decidió ir con ellos. Su momentánea alegría se desvaneció cuando los otros niños comenzaron a preguntarle por su casa y, sobre todo, por su padre. No dio respuesta y corrió desesperadamente, llegando a tropezar con algunas personas que estaban por los alrededores quienes hasta le dijeron que estaba loca como lo están casi todos los miembros de su familia.

Atravesó el parque que tantos recuerdos aún nos trae y quizá, entonces no apreciamos; sombreado con acogedores árboles que nos daban frescura en medio del sofocante calor de las tardes, sus flores perfumadas, su pileta de aguas corrientes como en un bosque de fabulosos seres que canturrean himnos a la bella naturaleza. El parque que pudo ser la herencia que ya nunca nos pertenecerá.


Corrió lo más rápido que pudo hasta que llegó al sótano de esta casa donde ahora vivimos. Cayó violentamente de bruces, más no se levantó. Sin duda mi comunicación con ella es poca, pero Luna dice que espera a alguien que toque su corazón y entonces se abrirán nuevas puertas para salir juntos hacia verdaderos caminos de felicidad y siempre me dice: - En este mundo solo hay aves que están volando y alguien que les está apuntando.
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martes, 10 de diciembre de 2019

El Aplash, el búho y el árbol del amor



Relato de creación colectiva - Quinto de secundaria

Curiosa, lo vigilaba como una sombra pegajosa tras su incierto trajinar; así descubrí lo que tanto quería saber. Como no disponía de mucho tiempo y mi mamita podría buscarme, solo aprovechaba los días domingos en que la mujer que me dio la vida participaba de las faenas comunales de construcción de nuestra Plaza de Toros. Así pues, pude enterarme que el “Aplash” era un jardinero y que, al no tener casa propia, vivía al cobijo de los añosos árboles del parque.

Un domingo me acerqué con recelo y le pregunté:
-          ¿De dónde vienes usted?
-          Eso ya no importa…, me dijo.
-          Belinda. Hasta otro día…, me presenté.
-          Graciasss…, le oí responder con voz de porongo vacío.

Me mantuve pensando mientras regresaba a mi casa. De lo mucho que pudo decirme, solo me dijo “Gracias”. Tuve la corazonada de que era alguien que estaba añorando desde hace mucho tiempo una pizquita de cariño; en adelante traté de ganarme su confianza.

Era un muchacho tristón y extraño. Lo llamaban el “Aplash” porque solo veía con su ojo derecho y tapaba todo su rostro con su chalina. ¿Qué misterio guardaba?

En sus momentos libres se tiraba a descansar bajo la sombra de un árbol coposo, cuyas ramas le protegían de los ardientes rayos solares, tocando con su quena una melodía tan triste que me transportaba al tiempo doloroso de la muerte de mi mamacha Julia. ¿Qué causaba su soledad acongojada?

Al domingo siguiente.
-          Hola, soy la Belinda y ¿tú eres?
-          Nicolás. Ya sé lo qué quieres preguntarme. Mi madre quedó viuda cuando yo tenía catorce años; como en casa no había quien asumiera la responsabilidad de mantener el hogar, yo lo hice por la necesidad y porque no podía conformarme con el hambre ni la pobreza. Todos los años sembrábamos papas y…
-          ¿Y qué nomás?
-          ¡Maldito año! Mi madre me mandó en compañía de mi hermano Juan, aquella tarde… Y al volver a casa…
-          Continúa, le dije.
-          ¡Mi madre estaba muerta!
Nos quedamos calladitos.
-          ¿Qué lo pasó?
-          Lo mataron. Es un misterio; pero apareció muerta.
-          ¿Y el Juan?
-          Salió desesperado a buscar a los asesinos. Nunca regresó. Yo trataba de despertar a mi madre y él salió dando gritos. Lo he buscado removiendo las piedras y preguntando a los cerros. Desapareció.

El llanto mojó sus mejillas y siguió hablando.
-          Divagué más de siete días tratando de olvidar mi desgracia. No pude. Una tarde de angustia, saqué de mi alforja algunos rocotos que machaqué con unas piedras y me eché el emplasto en el ojo izquierdo. No sé si quería olvidar o solo castigarme nomás, ya que ningún dolor puede ser más intenso que aquel que ya tuve con la pérdida de mi familia.

Me llamó mi mamita.
-          Hasta el domingo, Nicolás.
Al llegar a mi casa comprendí aquel desganado “gracias” de la primera conversación.

El domingo que prosigue, estaba tranquilo, pero su mirada brillaba como un espejo lleno de ilusión y me lo dijo directamente, sin siquiera prevenírmelo:
-          Mi amor verdadero, ya lo encontré.
Prometió no volver a taparse más su rostro. Que antes lo había hecho por la vergüenza de su ojo dañado y por miedo a caer en poder de la misma maldición que acabó con su mamita y su hermano.

Quedé paralizada al mirar su cara bien bonita como del niño Jesús. Era buen mozo. Quedamos mudos al frente el uno del otro. Yo mirando su rostro chaposo con su mueca de muchacho ido mirando el horizonte con su ojo sano; y él, segurito, divagando su pensamiento junto a las nubes o aleteando al lado de las torcazas distantes.
-          Es ella, me dijo… La conocí bajo la sombra de aquel árbol, el árbol del amor. Es Juliana.
Siguió hablando y suspirando profundamente.

Fue una nueva sorpresa para mí. Dándome vuelta rápidamente hacia atrás, pude ver a la hermosa hija del señor Peña García.

Escondiendo mi desilusión, me puse a pensar en la tremenda diferencia social y, a pesar de estar los dos bien plantados y guapos, el ojo izquierdo de Nicolás lo malograba todito, por lo menos para las prejuiciosas costumbres de mi pueblo.
-          El problema que estás imaginando ya se presentó en nuestras vidas, me contó. Estamos enamorados y no podemos vernos a la luz del día porque el señor Peña García la tiene encerrada y cuando sale a la calle, lo hace acompañada y bajo rigurosa vigilancia. Solo podemos vernos a altas horas de la noche, cuando sus parientes duermen y siempre separados por las rejas metálicas de su ventana.

¡Hay diosito! ¿Qué será ahora lo que mis paisanos andan diciendo? Que todas las noches se mete un búho en la habitación de la señorita Juliana. A lo mejor el “Aplash” tiene que ver con esto y yo que lo estoy ojeando como si se tratara de un buen muchacho. A lo mejor tiene malas andanzas el condenado.

Me tuve que alejar de Nicolás. En poco tiempo más las malas lenguas comentaban que a la señorita Juliana le estaba creciendo la panza y rapidito se casó con Nicolás. Al señor Peña García no le quedó otra, porque sino a su hija le iba a caer la mala fama de ser una cualquierita que se regala sin estar bendecida por el santo matrimonio.

El tiempo ya me hizo olvidar la rabia que sentí entonces yo que estaba tan descocada y por perder la cordura por ese ingrato. Conversé por última vez con él cuando ya estábamos viejos y tuve que ir a su casa para ponerle el cuy y sanar sus fuertes dolores de espalda, su mujer ya había muerto por lo menos diez años atrás.
-          Yo dormía todos los días bajo la sombra del árbol porque me acostumbré a las invocaciones de los búhos y poco a poco aprendí a ser como ellos y finalmente fui uno de ellos.
-          ¿Cómo?, le pregunté.
-    Me convertí en búho para estar con mi amada. Ellos nunca me dejan, ni me dejarán jamás. Mi Juliana no murió nunca, vive en la savia de aquel árbol. En las noches el aire mueve sus hojas y ella canta, mueve sus ramas y tiene un abrazo acogedor que abriga mi cuerpo.

lunes, 9 de diciembre de 2019

Lucila



Relato de creación colectiva - Segundo de secundaria

No tienes por qué enterarte de todos los pormenores. Yo solo te cuento lo que converso con esa anciana cada vez que la encuentro acurrucada entre los matorrales. El aroma del cedrón ayuda, pero también la brisa del atardecer y las sombras que van ganando terreno a las cinco de la tarde. Si no es hoy, puede ocurrir mañana, solamente la tienes que esperar aquí y a esta hora.

Me dijo la viejita que recibió de un hada una semilla y la sembró. Regó el terreno. La planta creció y produjo una flor que, al abrirse, dejó ver, en medio de la corola, una diminuta niña a quien nombraron Lucila. Le confeccionó, con hebras de luz, seis hermosos trajes, le arregló una cama dentro de una cáscara de nuez y cubrió su cuerpo con pétalos de rosa.

Todo iba bien hasta que pasó volando por el lugar una libélula, quien, cogiendo a la pequeña con sus seis patas, se la llevó al árbol donde vivía. Las jóvenes crías la encontraron muy fea y decían: -No tiene más que dos piernas y dos bracitos, y la pobre carece de alas para volar.

Tanto la despreciaron que la libélula dejó en libertad a Lucila, quien anduvo el verano completamente sola en el bosque. Comía trocitos de frutas silvestres y calmaba su sed con gotas de roció. Cuando advino el invierno, la pobre sintió frío y buscó abrigo. Mortificada por las heladas y el hambre, pidió a un conejo alojamiento y comida hasta el retorno del verano. El conejo, compadecido, la dejó vivir con él, recibiendo ayuda de ella en los quehaceres de la casa.

Un día, la pequeñuela vio, tendida en el suelo, a una golondrina tiritando de frío. La cubrió con hojas para calentarla y, cuando la avecilla abrió los ojos, la niñita prometió visitarla todos los días.

Pasado el tiempo, un cobayo, amigo del conejo, se enamoró de Lucila y decidió hacerla su esposa. La boda quedó fijada para el verano próximo, y el cobayo inició los preparativos matrimoniales. Pero la niña no se sentía feliz con la idea de ser la cónyuge de un roedor y lloraba noche y día. Solo se consolaba cuando la golondrina venía hasta ella, arrastrando sus heridas alas, y escuchaba con paciencia aquellos lamentos.

Días después, la golondrina, sintiéndose ya con fuerzas, la hizo subir sobre su cuello y emprendió raudo vuelo llevándola hasta un jardín, en cuyas flores vivían mujercitas y hombrecitos tan pequeños como Lucila. Y fue feliz junto a sus iguales, compartiendo con los demás la dicha de vivir sin odios ni apetitos malsanos.

sábado, 7 de diciembre de 2019

Un día de susto



Relato de creación colectiva - Segundo de secundaria

Mi prima Domitila y sus padres fueron invitados a una fiesta de bautizo en Sapallanga. Se prepararon muy temprano y partieron para llegar puntuales. La hora es la hora.

Ya en Huancayo, recorrieron varias tiendas en pos de comprar regalos, tal como decían mis abuelitos, para no llegar con las manos calatas o solo mostrando su bonita cara.

Con dirección a la casa de los anfitriones, tomaron un taxi que parecía lata vieja y desportillada. Sorprendieron a sus parientes en plenos preparativos para ir a misa; entonces, tuvieron que esperar un tiempo prolongado y aburrido para dirigirse todos juntos a la iglesia.

Llegaron justo cuando el sacerdote estaba por iniciar la ceremonia.

En plena celebración, entre los cánticos desganados de los asistentes y la solemnidad del acto litúrgico, escucharon una voz estentórea y amenazadora que decía - ¡todos ustedes son mis enemigos! La gente, entre empujones, alaridos y atascos se apresuró en salir corriendo, menos mi prima que quería saber quién provocaba el alboroto.

El cura, sorprendido, rezaba y rezaba, cuando irrumpió en el altar un gato negro, muy negro y grandote que hasta parecía escurecer la iglesia con su sombra. El padre, ahora con los ojos desorbitados por el miedo, se desmayó. El gato portaba una capa colorada, tenía orejas puntiagudas y curvadas como cuernos, dientes afilados y ojos ardientes como brasas de pachamanca. Su intención era llevarse todas las valiosas joyas del templo.

Impulsado por su ambición voraz se le ocurrió coger una alhaja de la patrona del pueblo. De inmediato se encendió, fulgurante, una luz con la figura de la Virgen y preguntó al malvado ladrón con dulce voz, ¿todas mis joyas te quieres llevar?

Mi prima pudo ver cómo el gato endemoniado se convertía en mármol tallado que se acurrucó como manso animal a los pies descalzos de la Madre Divina. Fue su castigo.

Domitila soltó un grito desgarrador y despertó asustada sobre los hombros de su padre quien recién saboreaba una deliciosa patasca antes de acompañar a la comitiva; desde entonces, reza mucho, habla poco y es caminante empedernida de los recovecos del espanto.

viernes, 6 de diciembre de 2019

El árbol de tres ramas


Relato de creación colectiva - Segundo de secundaria


Cansados y pesarosos por no haber terminado la cosecha de papas, los hermanos regresaban a su casa temprano. El aguacero se precipitaba cada vez con más fuerza y a ellos les faltaba todavía un largo trecho por caminar. Los niños comenzaron a preocuparse.

Andrés era el mayor y tenía que cuidar a José. Decidieron cortar camino y se aproximaron al pequeño bosque de la quebrada. Se recordaron que su mamá siempre les había advertido que no se atrevieran a cruzar ese bosquecillo donde vivía una viejita muy mala a quien todos atribuían malignos poderes y decían que convertía en árboles a los perros que aullaban por la noche interrumpiendo su descanso. Quizá con las personas pudiera pasar lo mismo. Los pobladores llamaban al bosque “El cementerio de árboles”.

Los niños iniciaron su travesía sintiendo que el cuerpo se les escarapelaba. No quisieron volver al camino principal porque la lluvia se intensificó y no había donde guarecerse. Eran las cinco de la tarde.

Andrés llevaba a su hermano cogido de las manos. A medio oscurecer vieron un conejo vivaz y pequeño que se internaba con dirección al centro del bosque e inconscientemente se pusieron a seguirle por el caminito que quedó marcado en las hierbas ligeramente dobladas. Encontraron una choza recién construida donde se podía oler el aroma de las retamas florecientes y atrapar con los ojos el frescor de los tallos. Corrieron para protegerse de la lluvia; pero la visión se desvaneció y la tormenta caló en lo más profundo de sus almas desamparadas. Un remolino de truenos y otros retumbos desbordaron el espanto de los muchachos. Para encontrar una respuesta de lo que estaba pasando, observan los alrededores. El susto y la angustia de lo desconocido los hizo correr.

Repentinamente, la lluvia calmó dejándoles ver las estrellas del cielo y la tenue luz de la luna. A cierta distancia, una niña muy hermosa estaba sentada, como esperando, con una sonrisa. Parecía que era la misma luz de la luna convertida en cuerpo tierno, delicado y bello; con cabellos de color de la espiga y carita blanca. Dijo que estaba perdida. Los niños no le creyeron y trataron de alejarse. Retrocedían mirándola, vigilantes de sus movimientos. Como un sueño vaporoso, como una pesadilla que asfixia, la niña iba desapareciendo y de sus pies se esparcía abundante líquido que iba formando un riachuelo.

Quietos y sorprendidos no atinaban a actuar en ningún sentido, cuando del riachuelo sale una libélula luminosa que se posa en el pecho de José. La magia maldita de la noche sorprende a los muchachos, porque en el pecho del niño no estaba prendida ninguna libélula, sino un gavilán negro con el pico sanguinolento y las garras preparadas para arrancarle el corazón. Andrés intenta salvar a su hermano cogiendo una piedra para golpear al rapaz, pero mata a su propio hermano. El riachuelo se pinta de rojo.

Ahora el gavilán ha tomado la apariencia de una viejita y el cuerpo del hermano se convierte en piedra roja que Andrés recoge y escapa a la carrera. La viejita le avienta barro. La mujer maldita hace aparecer de sus dedos llamas de fuego que lanza al niño quien no se detiene y en loca carrera abandona el bosque.

En su casa nadie responde. Fuerza la puerta y encuentra en la cama de su madre otra piedra más grande y también roja. Su desesperación no le permite pensar, seguro que su madre ha muerto bajo el poder de la bruja. Coge un cuchillo y se lo clava en el corazón. Su agonía es lenta, como borrachera que va apoderándose de su cuerpo y lo arroja en el negro abismo. La casa se difumina y, en su lugar, se atiborran las sombras de un árbol con tres ramas junto a tres piedras rojas.

Así se encuentra todavía a la altura del viejo camal, en el riachuelo “La Yucha”. Ahora ya no hay bosque, pero el árbol allí está. Ya no hay bruja, pero cuando se pasa el puente hacia Huaychulo a veces te cruza un conejito blanco. En las noches de luna, se oye el borboteo de las aguas como si fuera una corriente abundante a pesar que durante los días “La Yucha” es tan sólo un riachuelo agonizante. Algo quedará de su pasado. Siempre vas a tener cuidado cuando camines por allí.