lunes, 9 de diciembre de 2019

Lucila



Relato de creación colectiva - Segundo de secundaria

No tienes por qué enterarte de todos los pormenores. Yo solo te cuento lo que converso con esa anciana cada vez que la encuentro acurrucada entre los matorrales. El aroma del cedrón ayuda, pero también la brisa del atardecer y las sombras que van ganando terreno a las cinco de la tarde. Si no es hoy, puede ocurrir mañana, solamente la tienes que esperar aquí y a esta hora.

Me dijo la viejita que recibió de un hada una semilla y la sembró. Regó el terreno. La planta creció y produjo una flor que, al abrirse, dejó ver, en medio de la corola, una diminuta niña a quien nombraron Lucila. Le confeccionó, con hebras de luz, seis hermosos trajes, le arregló una cama dentro de una cáscara de nuez y cubrió su cuerpo con pétalos de rosa.

Todo iba bien hasta que pasó volando por el lugar una libélula, quien, cogiendo a la pequeña con sus seis patas, se la llevó al árbol donde vivía. Las jóvenes crías la encontraron muy fea y decían: -No tiene más que dos piernas y dos bracitos, y la pobre carece de alas para volar.

Tanto la despreciaron que la libélula dejó en libertad a Lucila, quien anduvo el verano completamente sola en el bosque. Comía trocitos de frutas silvestres y calmaba su sed con gotas de roció. Cuando advino el invierno, la pobre sintió frío y buscó abrigo. Mortificada por las heladas y el hambre, pidió a un conejo alojamiento y comida hasta el retorno del verano. El conejo, compadecido, la dejó vivir con él, recibiendo ayuda de ella en los quehaceres de la casa.

Un día, la pequeñuela vio, tendida en el suelo, a una golondrina tiritando de frío. La cubrió con hojas para calentarla y, cuando la avecilla abrió los ojos, la niñita prometió visitarla todos los días.

Pasado el tiempo, un cobayo, amigo del conejo, se enamoró de Lucila y decidió hacerla su esposa. La boda quedó fijada para el verano próximo, y el cobayo inició los preparativos matrimoniales. Pero la niña no se sentía feliz con la idea de ser la cónyuge de un roedor y lloraba noche y día. Solo se consolaba cuando la golondrina venía hasta ella, arrastrando sus heridas alas, y escuchaba con paciencia aquellos lamentos.

Días después, la golondrina, sintiéndose ya con fuerzas, la hizo subir sobre su cuello y emprendió raudo vuelo llevándola hasta un jardín, en cuyas flores vivían mujercitas y hombrecitos tan pequeños como Lucila. Y fue feliz junto a sus iguales, compartiendo con los demás la dicha de vivir sin odios ni apetitos malsanos.

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