sábado, 7 de diciembre de 2019

Un día de susto



Relato de creación colectiva - Segundo de secundaria

Mi prima Domitila y sus padres fueron invitados a una fiesta de bautizo en Sapallanga. Se prepararon muy temprano y partieron para llegar puntuales. La hora es la hora.

Ya en Huancayo, recorrieron varias tiendas en pos de comprar regalos, tal como decían mis abuelitos, para no llegar con las manos calatas o solo mostrando su bonita cara.

Con dirección a la casa de los anfitriones, tomaron un taxi que parecía lata vieja y desportillada. Sorprendieron a sus parientes en plenos preparativos para ir a misa; entonces, tuvieron que esperar un tiempo prolongado y aburrido para dirigirse todos juntos a la iglesia.

Llegaron justo cuando el sacerdote estaba por iniciar la ceremonia.

En plena celebración, entre los cánticos desganados de los asistentes y la solemnidad del acto litúrgico, escucharon una voz estentórea y amenazadora que decía - ¡todos ustedes son mis enemigos! La gente, entre empujones, alaridos y atascos se apresuró en salir corriendo, menos mi prima que quería saber quién provocaba el alboroto.

El cura, sorprendido, rezaba y rezaba, cuando irrumpió en el altar un gato negro, muy negro y grandote que hasta parecía escurecer la iglesia con su sombra. El padre, ahora con los ojos desorbitados por el miedo, se desmayó. El gato portaba una capa colorada, tenía orejas puntiagudas y curvadas como cuernos, dientes afilados y ojos ardientes como brasas de pachamanca. Su intención era llevarse todas las valiosas joyas del templo.

Impulsado por su ambición voraz se le ocurrió coger una alhaja de la patrona del pueblo. De inmediato se encendió, fulgurante, una luz con la figura de la Virgen y preguntó al malvado ladrón con dulce voz, ¿todas mis joyas te quieres llevar?

Mi prima pudo ver cómo el gato endemoniado se convertía en mármol tallado que se acurrucó como manso animal a los pies descalzos de la Madre Divina. Fue su castigo.

Domitila soltó un grito desgarrador y despertó asustada sobre los hombros de su padre quien recién saboreaba una deliciosa patasca antes de acompañar a la comitiva; desde entonces, reza mucho, habla poco y es caminante empedernida de los recovecos del espanto.

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