sábado, 20 de noviembre de 2010

La huaconada miteña



Por: Freddy A. Contreras Oré

La danza de la huaconada ha sido incluida en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en la UNESCO considerándolo como “una danza ritual que se representa en el pueblo de Mito, perteneciente a la provincia de Concepción, situada en la cordillera andina central del Perú. Los huacones representan el antiguo consejo de ancianos y se convierten en la máxima autoridad del pueblo mientras dura la huaconada. Ponen de relieve esta función tanto sus látigos, llamados ‘tronadores’, como sus máscaras de narices prominentes que evocan el pico del cóndor, criatura que representa el espíritu de las montañas sagradas”.

La huaconada de Mito es una danza ancestral de origen precolombino que perdura hasta la actualidad donde el Huacón ritual desempeña un rol moral y de control social muy importante para los habitantes de la localidad aunque, a lo largo de su historia, nuestro personaje ha experimentado transformaciones que son materia de una investigación etnohistórica aún pendiente de ser culminada.

Con el goce compartido por tan importante logro de nuestros vecinos y hermanos miteños, ahora que su danza representativa está considerado en el pináculo de la cultura por sus sobresalientes méritos artísticos, sociales, étnicos e históricos, debemos asumir la responsabilidad de cultivarla con fervor y conocimiento, sin permitir que la síntesis de tradición y modernidad por la que todo fenómeno socio-cultural atraviesa termine por hacerle perder su autenticidad para convertirla en objeto comercial.

La proliferación de la huaconada en algunas localidades fuera de Mito, ha sido motivo de cuestionamiento por parte de quienes se consideran sus herederos naturales; razón no les falta, porque las imitaciones sin sustento histórico son burdas, pero tampoco se libran quienes se arrogan ser depositarios de un legado que luego les resulta muy pesado para cargarlo sin trastabilleos.

La nueva jerarquía obtenida por la huaconada nos obliga a actualizar nuestros saberes sobre la danza e investigar aquello que aún queda en el tintero:

Sabemos que, aproximadamente hasta los años setentas, antes de danzar la huaconada, los huacones descendían de una quebrada llamada Ayan Grande y se cambiaban en unas cavernas durante la noche. Salir de las cavernas es un simbolismo que les daba a los huacones un cierto origen divino, eran Apus cuya autoridad provenía de la Madre Tierra. Sus máscaras eran, anteriormente, transmitidas de una generación a otra. Ahora estos ritos han pasando al olvido.

La historia oral miteña recuerda que los huacones eran unos ancianos que formaban parte de un consejo de sabios que se encargaban de velar por la moral, higiene y el orden social de la comunidad. Tenían la potestad de entrar a las casas para limpiar las cocinas sucias y castigar a las personas que hubieran cometido adulterio, incesto o algún acto socialmente sancionable. Aunque se les sigue llamando “Alcaldes” su autoridad actual ha sido mermada al solo contexto de la comparsa.

Antes danzaban los huacones tradicionales o antiguos. Actualmente, son una minoría y bailan junto con huacones modernos, Los huacones modernos bailan con sus espaldas erguidas y dan pequeños saltos. Doblan sus brazos ligeramente para apoyar en la cintura sus manos cubiertas por unas mangas multicolores, mientras sujetan el látigo. Usan un delantal de distintos colores y una frazada con la figura de un tigre. Cuando bailan muestran el pecho y doblan sus rodillas con cada paso que dan. Su postura denota la elegancia y la vitalidad propia de una autoridad.

A diferencia de los huacones modernos, los “tradicionales” danzan con la espalda gacha. Su traje es de color crema y está hecho con lana de carnero. Al igual que los danzantes modernos, llevan un sombrero llamado macora, del cual se desprenden largas cintas de colores. Sus acompasados pasos coinciden con cada uno de los toques de la tinya pero no levantan las rodillas ni saltan. Por el contrario, arrastran los pies y llevan sus brazos en la espalda.

Durante los tres días de la presentación de la huaconada en Mito se practican ritos, ceremoniales y protocolos que convierten a la danza en un acontecimiento peculiar que se vincula estrechamente con los valores e identidad de esa apacible localidad.

Felicitaciones al distrito de Mito y a toda la provincia de Concepción que danza con los compases de la tinya de los huacones.

sábado, 7 de agosto de 2010

Piedra Parada, origen del topónimo


Por: Freddy A. Contreras Oré

A finales del año 2006 se inauguró en el cerro Piedra Parada una estatua gigantesca de María, la madre de Jesús, aquel profeta judío cuyo predicamento y sacrificio fueron el sustento teológico de la iglesia católica y las numerosas ramificaciones del cristianismo. Aunque desde siempre los habitantes de Concepción hemos tratado de hurgar, curiosidad mediante, en el origen de aquel topónimo, terminamos por asumir como valedera la leyenda que doña Nísida Villasante Torres popularizó en su libro Tradiciones, cuentos y leyendas de Concepción; donde relata que vivió en días lejanos por los alrededores del cerro un tal Benjamín Parado quien misteriosamente desapareció y casi al mismo tiempo se pudo vislumbrar allí la presencia de una piedra de forma humana y con rasgos semejantes a los del señor Parado; de allí se le conoció como Piedra Parado y con el paso del tiempo la frase derivó en Piedra Parada. Me propongo iniciar un camino distinto en el afán de hallar la ansiada explicación.

Durante el periodo prehispánico de nuestra historia los topónimos nativos siempre hacían mención a alguna cualidad o característica del espacio geográfico. Dicho en otras palabras, los nombres de los lugares tenían base en algo singular que el sitio en mención presentaba: llamaban Paccha a un lugar que tenía una caída de agua; Urin, si el lugar se ubicaba en una parte baja; Koto, donde hay piedras amontonadas, etc. Mediante el llamado proceso de metátesis, con el paso de los años y la influencia de otras lenguas, los fonemas se van trastocando y dan pie a otras voces en las que, a veces, ya no es fácil notar su origen ancestral: Andamarca, Andamayo, Andahuasi provienen del adjetivo anta por el color rojo cobrizo de la tierra en aquellos lugares. Hoy día los pobladores de los localidades mencionados creen que la voz anda proviene del verbo andar, caminar.

Son los conquistadores hispánicos quienes establecen el hábito de bautizar a los pueblos y parajes con nombres de origen religioso y de modo arbitrario sin que el nombre guarde alguna relación con las características del paisaje. Sin embargo, hasta la actualidad, los usos del pueblo, persisten en arrogarse el derecho a nominar ciertos lugares por sus rasgos visibles, tal es el caso de Casa Partida, La Alameda, Puente Negro, Palo Seco.

El cerro que motiva este artículo fue bautizado por los españoles como “San Cristóbal”; pero se deduce fácilmente que no fue el nombre con que el pueblo conocía a dicho paraje; es así que cuando ocurrieron en nuestra localidad las acciones armadas del 9 y 10 de julio de 1882 contra las huestes araucanas, ningún jefe peruano o chileno menciona el cerro con nombre propio; pese a que los datos históricos establecen que por la falda de aquél y la quebrada de Matinchara se movilizaron gran número de combatientes.

Un documento que confirma esta aseveración es una hijuela fechada en 1904, que tuve oportunidad de leer de entre un envoltorio de papeles amarillentos de una venerable abuela que tenía bienes por la falda de nuestro cerro, donde se menciona el paraje “Parapa” que en versión un tanto más antigua y fidedigna de la lengua Wanka debe haber sido “Palapa” que significa desnivel, barranco, hendidura de la tierra y esta característica geológica es propia del lado sureste del cerro por donde se configura la quebrada que desemboca en Matinchara, otro topónimo Wanka que significa “lugar húmedo donde hay un cuenco” y que es una descripción exacta del sitio conocido ahora como Batea de la Virgen.

Piedra Parada es el topónimo con que conocemos hoy al cerro y Parapa era el paraje al sureste; pero es sabido por todos los antiguos pobladores de Concepción que para escalar hacia la cima del cerro había que trashumar por los bordes del paraje Parapa y el camino de aquel entonces estaba forjado en roca viva, en piedra. En algún momento habrían de unirse las voces piedra y parapa y por metátesis originar el nombre de Piedra Parada.

lunes, 1 de marzo de 2010

Memorias


Por: Freddy A. Contreras Oré

El abuelo de mi padre llegó al valle muchos años antes de que emigraran de nuestras arboledas soledosas las criaturas del espanto y quince años después que, las montoneras de Andamarca, Comas, Quichuay, Apata y Concepción arrasaran con un contingente de soldados chilenos en cruento combate durante la incursión enemiga a la sierra central. Vino para compartir testimonio de un siglo que iba agonizando y de otro que nacía trayendo grandes cambios, incluyendo los nombres antiguos de estas tierras. Fue un viaje empecinado y a contravención con los llamamientos de la sangre y la tierra de sus ancestros. Sólo los apresuramientos de un corazón herido por el desprecio de un padre acomodado que le negó su nombre y su cariño fueron capaces de arrancarlo para siempre de su lejana Cajabamba para traerlo al abrazo de nuestro límpido cielo y al goce de la dicha refrescante de nuestras aguas.

No le fue ingrato el amor. La bisabuela Juana más bien lo estuvo esperando después de que el fogonazo de sus primeras miradas les alborotara el sentido común. Lima, aquellos años, era bastante grande; pero no lo suficiente como para borrar la posibilidad de un nuevo encuentro entre el soldadito cajamarquino en servicio militar y la muchacha del valle de visita en la capital. El día en que mi bisabuela, junto a su padre, sudorosa y agobiada por la trama engorrosa de sus polleras, retornaba con una partida de arrieros hacia el valle, la casualidad le permitió un segundo encuentro con el tiempo indispensable para decirle al soldadito: Me regreso para Concepción, en el valle del Mantaro.

Transcurrieron dos años para que el soldadito, una mañana diáfana de heladas penetrantes, apareciera en el portón de la casa, con su alforja repleta de recuerdos peregrinos y la bisabuela, habiéndolo divisado en el instante mismo en que él se detuvo para tomar aliento e intentar el pactado silbido anunciador de su presencia, sin decir palabra alguna, corrió a la misma velocidad de sus latidos, se colgó del cuello del viajero, de un salto quedó a horcajadas derribando al sorprendido visitante y sin concederle la oportunidad para reponerse del susto, le cobró todo sus dolores de ausencia con un beso hambriento de urgencias contenidas. Eso bastó para que el matrimonio se realizara a trámites acelerados.

Lo extraordinario del bisabuelo es que llegó apenas con su enorme cargamento de amor y sin dinero para iniciar los trámites de su propio destino. A fuerza de fe fundó una nueva familia y a fuerza de brazos comenzó a pircar los cimientos de su vida en el valle. Trabajó a diario desde el primer anunció del alba hasta la muerte del último rayo del sol y la tierra le fue fructífera; las lluvias, benignas; las cosechas, abundantes; y la fortuna, prometedora.

Los bisabuelos, a inicios del siglo, se dieron tiempo para explorar todas las vertientes de su amor sin reticencias ni falsos temores; fueron felices pero no les cayó a bien el arte de engendrar hijos. En una época en que las buenas familias campesinas sobrepasaban la decena de descendientes, mis bisabuelos apenas tuvieron dos: el abuelo Ramón, y la tía abuela Victoria. Al bisabuelo le faltó tiempo para ver a sus hijos realizados: le vino la muerte por correr en los campos, recién comido, tras un toro descontrolado, justo el año en que llegó el tren para cambiarnos la vida, los hábitos y las historias que para entonces eran reales y ahora sólo delirio de viejos.

Yo soy uno de los bisnietos de Eugenio y Juana. Nací a punto de iniciar la sexta década del siglo y Concepción, entonces, ya era capital de provincia, tenía el parque más bello de todo el valle y los fantasmas que se tomaban su tiempo para compartir con los abuelos se habían ido por los rumbos vacíos, que se abrieron con la llegada del tren, con la apertura de la nueva carretera, con la invasión de los vehículos de motor y las otras argucias técnicas del mundo moderno. A pesar de todo pude heredar todavía de la noche sus misterios y del sol la hipnótica luz que me hiciera guardar lo que otros ya no alcanzaron a ver.

Yo tuve la suerte de vivir un tiempo en Lima, en la grata compañía de la abuela Victoria, cuando me fui a estudiar en la universidad. Su esposo, el abuelo Basilio había muerto tres años antes, aunque en realidad ya no vivía en el mismo suelo que pisan nuestros pies desde otros cinco años más atrás. Pasaba sus noches en el auto destartalado de su hijo, afuera de la casa, en el Jirón Recuay, en Chacra Colorada, y no dormía dedicado a reconstruir su pasado con discursos confusos donde mezclaba hechos de distintas épocas de su vida, acontecimientos reales y soñados; pero, sobre todo, recordaba los tiempos felices en que compartió con Gallito Fino.

Se reunían en el barranco de Paccha, trajinaban los pastizales y pantanos de La Isla hasta dar con el lugar convenido. Gallito Fino y su cliente chacchaban la coca endulzada con llipta, se tomaban sus buenos tragos de aguardiente mientras el adivino le advertía a la víctima sobre los riesgos de conversar con los muertos y, mientras lo iba sugestionando; el abuelo, escondido, se preparaba para la sesión.

Durante el interrogatorio era cuando el abuelo tenía que demostrar lo mejor de su arte. Daba al cliente referencias difusas, hábilmente preparadas para que la víctima terminara por armar su propia historia y concluyera por enterarse de las cosas que en el fondo de sí mismo quería confirmar. Entonces la voz del abuelo era la voz del muerto amado. El pensamiento del abuelo, el pensamiento del muerto consultado y, otras veces, la voz y el pensamiento mismo del diablo. Lo que ocurriera después ya no era responsabilidad de Gallito Fino ni de su mediador; aunque sucedieron, muchas veces, desgracias por culpa de sus malos consejos. Aún así, el adivino era respetado.

Gallito Fino se fue del mundo sin tener anuncio de sus amigos, los muertos. Después de una borrachera abusiva, se quedó para siempre en la noche estancada dejando al abuelo en la orfandad laboral. Por eso llegó a la capital para vivir de las propinas de los hijos, después de haber intentado recorrer por su cuenta el camino de la magia negra y haber fracasado.

Me fui a Lima a los diecisiete años y no pude acostumbrarme a sus amaneceres apretujados de niebla, a sus sofocantes embotellamientos de carros ni a los riesgos de vivir al cuidado de quien te va a robar el sencillo de tus bolsillos o rasgarte el amor propio con un despectivo serrano de mierda. Así que me regresé para seguir acompañando los avatares de mis padres, como de niño lo hacía y, lo recuerdo con ternura ahora.

Hoy el mundo está cambiando más rápido que en cualquier otro tiempo, pero no puedo olvidar lo que viví al cariño de la familia, al brillo azul del cielo que me ilumina y al aire mágico que me inspira.

domingo, 31 de enero de 2010

Fechar después del año 2000


Por: Freddy A. Contreras Oré

Hasta el día 31 de diciembre de 1999 los hispanohablantes no tuvimos mayores problemas para fechar correctamente. Pero, a partir del día uno de enero de 2000, el uso de la norma lingüística se ha visto terriblemente afectada por el incremento indebido del artículo y la conformación del apócope del.

Cuando se fecha se da información de la ubicación determinada de un lapso estableciendo el número de días, el mes y el año que transcurren. Los números son adjetivos y los adjetivos delimitan la amplitud del sustantivo.

Yo nací un día del mes de enero, no delimita con exactitud el día ni el año. Yo nací el día uno del mes de enero del año 2000, delimita con mayor precisión; no cualquier día, sino el día uno; no cualquier año, sino el año 2000.

Los números uno y 2000 delimitan la amplitud de los sustantivos día y año. Son modificadores del sustantivo y, por tanto, adjetivos numerales, cardinales.

Cuando un adjetivo es antecedido por un artículo se presenta un adjetivo sustantivado; es decir, un adjetivo que cumple función de un sustantivo; pero, ésta es una virtud exclusiva de los adjetivos calificativos; nunca, de los adjetivos numerales.

Partiendo de la expresión “el niño estudioso”, se puede decir “el estudioso” y es una expresión correcta; pero, partiendo de “el día 8” no se puede decir “el 8”; ni partiendo de “el año 2000”, se puede decir “el 2000”; porque, reitero, los adjetivos numerales no se sustantivan.

Por tanto, la expresión correcta para una fecha, siguiendo las normas que ya usábamos hasta 1999, debe ser: Nací en uno de enero de 2000. Eligieron al nuevo presidente en 4 de junio de 2006. Nos reuniremos en 21 de julio de 2006.

Si dijéramos “el día 4” el artículo antecede con propiedad al sustantivo día; pero, cuando no se emplea el sustantivo debemos sustituirla con la preposición en.

Cabe recordar también que los nombres de los días, meses y estaciones no se escriben con mayúscula.

La revista QUEHACER, en su último número del bimestre mayo-junio, nos alcanza una excelente muestra de propiedad lingüística cuando dice:
“En el mes anterior a la primera vuelta de 2006, los diarios populares hicieron 55 menciones negativas sobre Humala en primera plana y sólo una en el caso de Flores.”
En la ultima novela de Mario Vargas Llosa “Travesuras de la niña mala”, la editorial Alfaguara registra en su colofón: “Este libro se terminó de imprimir en (…), Lima 3, Perú en el mes de abril de 2006.

Sigamos los buenos ejemplos en nuestro hablar y escribir.