martes, 8 de diciembre de 2009

Zafa casas y otras zafaduras


Por: Freddy A. Contreras Oré

Allá en tiempos idos, cuando yo era aún niño, era común oír de boca de nuestros abuelos y abuelas, al referirse a un integrante de la familia recogido o adoptado, que “lo están haciendo zafar” por decir que han asumido con ellos la responsabilidad de mantenerlos, educarlos y principalmente capacitarlos para valerse por sí mismos llegado el momento de asumir su propio destino.

En mi memoria guardo todavía fresco el recuerdo de un grato amigo de infancia a quien su madrastra le dio crianza y le brindó su desinteresada ayuda hasta que él, a los doce años de edad, decidió irse a la capital en busca de trabajo y con el deseo de alimentar nuevas perspectivas para su entonces limitada vida campesina. Su buena madrastra, entre una mezcla de orgullo y duelo por aquella partida, decía que lo dejó irse “ya zafadito”, dotado de lo necesario para actuar como dueño de sí mismo y poseedor de capacidades para enfrentar las exigencias de la vida. Tan cierto llegó a ser lo dicho por la venerable mujer que actualmente mi amigo radica en la capital, es fundador de una familia amorosamente unida y ejemplar, tiene casa propia, es dueño de un negocio que le permite amasar una solvente fortuna para asegurarse una vejez tranquila y educa a dos hijos en el extranjero.

Esta acepción regional de la palabra zafar se ha ido desvirtuando con el paso de los años, tanto que hoy es motivo de sorna e interpretación ambigua. Hoy sólo los viejos verdes y las tías reprimidas “hacen zafar” a púberes del sexo opuesto para aprovecharse de ellos y ellas. Hoy, en cantinas y corrillos de cotillas, es la risa maliciosa y estentórea la que trasluce el doble sentido de lo que fue una edificante expresión en los tiempos de nuestros abuelos. Pero el cambio no ha afectado sólo el sentido, sino también que al escribirla hoy sustituyen con el grafema “s” lo que en su escritura original es “z”.

Aclaremos. Ningún diccionario de la lengua española registra la palabra “safar” ni ninguna otra que se le asemeja o puede servir de base para su posible derivación. Mientras tanto, la palabra zafar tiene varias acepciones dentro de las que pasamos a mencionar: (1) adornar, guarnecer, hermosear o cubrir; (2) desembarazar, quitar los estorbos de algo, desentenderse, librarse de un compromiso.

Las acepciones del bloque (2) son las que se utilizan con más frecuencia: Zafarse de una deuda, Záfate de esa flaca, Zafémonos del baile, etc. Etimológicamente proviene del árabe zha que significa fugarse, irse. Consecuentemente, una persona que se zafa se desentiende de obligaciones, de normas, modelos y resulta zafada, atrevida, descarada, perturbada. Tanta zafadura concluye en una desaparición física y en un fugarse mental del entorno. De este sentido proviene también la palabra zafarrancho: retirarse de la cubierta de un buque para esperar un combate.

Las acepciones del bloque (1) son las que menos se utilizan y poseen significación reservada exclusivamente a los trabajos de albañilería, de modo fundamental para la etapa de los acabados y el enlucido de la casa. De modo que cuando en nuestros pueblos andinos se hace una fiesta de zafa casa, no es en realidad una celebración por la culminación de los trabajos, sino una manifestación de gratitud hacia los amigos y la comunidad en general que favoreció la construcción; y porque con el techado, la colocación de la cruz, los otros símbolos y con la realización de los demás ritos, la casa ha quedado presta para una nueva etapa que consiste en hermosearla y convertirla en habitable al gusto de sus dueños.

Es este significante relacionado a la construcción la que, posiblemente, tomaron nuestros antepasados, por analogía, para asumir la formación de sus hijos y de otros menores que llegaron a depender de ellos. Hacer zafar a un niño no consistía solamente en dejarlos crecer con la seguridad del techo, el abrigo y el buen alimento; sino también fortalecer su espíritu con la presencia del amor bien compartido, la disciplina rigurosa y el ejemplo en el trabajo.

Una casa zafada es vistosa, agradablemente hermoseada. Un joven bien zafado ha de tener rasgos físicos y morales visiblemente apreciables que evidencian el digno sello del hogar que le dio factura. En el otro extremo están los padres zafados que nunca lograron zafar ni casa ni buenos hijos.