Recopilación de leyendas de la Amazonía
Hace mucho tiempo, en la comunidad nativa de
Shimpiyacu, vivían por lo menos tres familias que se dedicaban a conservar sus
creencias y a respetar el espíritu del bosque. De una de estas familias vio la
luz una hermosa niña, quien era celebrada por todo el pueblo.
Esta niña, ya en la flor de su edad y belleza, era
el orgullo de sus padres; varios mozos, guerreros del pueblo y, expertos
cazadores se presentaban a la familia para proponerle matrimonio; sin embargo, ella
los rechazaba debido a que no encontraba lo que su corazón añoraba.
La hermosa joven acostumbraba ir al río y sentarse,
horas tras horas, durante la luna llena, pensando en las ocurrencias de sus
pretendientes cuando, en una noche, se le presentó un joven apuesto, de apariencia
gentil y de mirada dulce. Repentinamente la muchacha quedó prendada de éste, aunque
nunca antes lo había visto por el pueblo; era diferente a los demás, mostraba
un sincero corazón.
Bastó solo ese primer encuentro y la chica confió en
el extraño joven. Tanto fue su buen ánimo que siempre acordaban encontrarse en
las noches de luna, a orillas del río, y conversaban largas horas.
La abuela sospechaba mucho de las salidas de la
joven ya que siempre regresaba contenta y no le contaba nada. Fue así como, la
abuela le recriminó sus escapadas y le prohibió volver al río si no le confiaba
qué estaba ocurriendo. La chica, con emoción, le confesó todo respecto a su
aventura amorosa a su única confidente. La anciana se alegró mucho ya que sintió
que al fin llegaría el momento que tanto había esperado para su nieta, que se
comprometiera y contrajera matrimonio.
La feliz abuelita accedió a que la joven prosiguiera
con su prometido, pero con una condición: Tenía que presentárselo a ella,
primero. La jovencilla, muy contenta, llevó a su pariente al río; allí
estuvieron esperando dos horas, cuando de pronto, el joven galante apareció.
Ella sospechó ligeramente, pero se mantuvo serena para no contradecir la dicha
de su nieta. El extraño aspirante también percibió las dudas en la mirada de la
anciana, por lo que, un poco disgustado, se retiró, no sin antes prometerle que
haría feliz a su nieta y que la boda se realizaría pronto.
Después de un ciclo lunar, el joven se presentó
ante la familia completa, los que mostraron su asombro por su galante aspecto; conversaron
mucho y celebraron el matrimonio. Ya al borde de la madrugada, se despidió
dejando establecido un pacto secreto con la novia, quien accedía a cualquier
pedido de su amado; situación que no convencía a la abuela.
A la medianoche del día siguiente, la reciente
esposa salió de su casa rumbo al río; pero la anciana la siguió, abrumada. Escondida,
observó que, en el borde del río, el muchacho se quitó el disfraz de humano. A
la luz de la luna, era un demonio, el mismo Yacuruna, quien estaba delante de
su nieta. Asustada, corriendo, trató de alcanzarlo, pero todo fue en vano, ya
que desaparecieron en el río.
Los parientes, destrozados por la noticia, buscaron
por doquier con ayuda de los vecinos y guerreros de la comunidad. Fue en vano. Hurgaron
por ríos, abrevaderos, nacientes, y no hubo rastro.
El padre, triste y furioso, pidió ayuda al brujo
del pueblo para pedir consejo de cómo encontrar al Yacuruna. Éste hizo un
llamado a los espíritus del bosque, los cuales le respondían que solamente aparecería
en luna llena o en sueños. Pasaron meses y no había respuesta. La madre no
soportaba el dolor de no tener a su lado a su pequeña.
Fue así que ella tuvo un sueño donde su hija se
encontraba feliz y a cargo de una enorme casa donde tenía criados y animales de
granja en cantidades. La muchacha, llorando, le pedía que no se preocupase, ya
que, al verla, valiéndose de los espíritus de los árboles, sufrida e infeliz,
su tristeza era mayor. Le prometió que, en dos días, la vería a la media noche
en el río para hacerle entrega de un gran presente de parte de su esposo y ella;
tenía en mente regalarle miles de gallinas, venados, añujes, majases y varios
animales de granja, comestibles.
Rebalsando llanto y alegría, contó el suceso a su
esposo y a los habitantes de la comunidad. Esto llegó a oídos del brujo, quien
auguró que era peligroso ir; pero la mujer deseaba ver a su hija y se mostraba
dichosa. Todos trataron de persuadirla, entre llantos, reconvenciones y riñas; pero
ella sola se daba aliento, aunque, a veces lloraba amargamente. Su esposo la
tuvo cautiva y con vigilancia para que no saliese la noche pactada por temor a las
consecuencias de aquel encuentro.
La abuelita, contagiada por las expectativas de su
nuera, hizo lo imposible para distraer a la seguridad y, al no conseguirlo, invitó
a los custodios masato con piscas de hierbas alucinógenas para provocarles
perniciosos sueños. Luego abrió la cerradura y salieron corriendo hacia el río;
pero ya era más de la medianoche y únicamente encontraron diez sacos de diversa
variedad de peces: zúngaros, bujurquis, bagres y paiches.
Aparte de lo encontrado, descubrieron los rastros
de la joven, del Yacuruna y de los animales que habían prometido en el sueño. Amaneció
y algunas personas encontraron a la abuelita y a la madre llorando al costado
del presente. Tristemente, avanzaron hasta al pueblo cargándolo todo y sólo
hubo silencio entre los integrantes de la familia y el pueblo. Saciaron su
apetito con los peces y luego se resignaron con la pérdida de la hija más
querida de Shimpiyacu.
Pasaron dos años y la madre, agobiada, salió al
campo donde le tocó descansar a orillas del río. Al quedarse dormida, soñó nuevamente
con su hija; pero en este sueño, la hija estaba llorando. Preguntó por qué su
llanto, y si era causa del demonio. La muchacha le respondió que él la amaba por
demás y nunca le haría daño; pero, por designios del destino, tenían que
retirarse del pueblo porque había invasores que mataban a sus animales con
venenos y otras sustancias nocivas y ya nunca volverían.
La amante madre lloró desconsoladamente, por lo que
su hija le propuso venirse con ellos; a medianoche la esperaría a orillas del
río. Salió a la hora convenida, sigilosamente, de la aldea; pero los moradores,
el brujo y el esposo sospechaban de su conducta y le siguieron de lejos. La anciana
suegra también les siguió. De repente, en el claro del río apareció la viva
imagen de la hija perdida, flotando en el agua, y, detrás suyo, el Yacuruna, en
forma de demonio rojo montado en un gigantesco caimán. Los guerreros con el
brujo corrieron tras ellos, pero, como alma en pena, desaparecieron en las
aguas del Río Mayo.
Tan sólo quedó un escrito en la arena: «Los quiero
mucho, me llevo a mi mamá porque no quiero que sufra y esté a mi lado por
siempre». El esposo se desmayó y regresaron entristecidos y con ganas de seguirlos,
pero todo era en vano…
Se dice que,
en luna llena, cuando la luz refleja las aguas del Río Mayo, se observa a lo
lejos a dos mujeres inseparables lavando y jugando sobre la ribera del río, quienes,
después de breves instantes, desaparecen.
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