Por: Freddy A. Contreras Oré
(Resumen de "La Biblia y sus secretos" de Juan Arias)
Los estudios contemporáneos sobre la Biblia han llegado a la conclusión que el conjunto de escritos que lo conforman no pueden tratarse de libros históricos según los criterios de la historiografía moderna, por la simple razón de que los más de cuarenta autores que escribieron la Biblia no tenían la intención de hacer un trabajo estrictamente histórico, sino, más bien, trataban de difundir un mensaje espiritual. Abiertas las puertas a la crítica, liberada ya la Biblia del peso de la revelación divina que la había circundado hasta hace poco, los expertos fueron capaces de formular diversas hipótesis, y en ocasiones, hasta disparatadas. Para ciertos críticos radicales la Biblia es sólo un libro de bonitos cuentos nacidos de la imaginación del folclore popular de las antiguas tribus nómadas semitas.
Las pruebas arqueológicas
Las pruebas arqueológicas
Uno de los problemas que judíos y cristianos hallan en la interpretación de la Biblia como libro histórico es que no se consigue encontrar pruebas arqueológicas que puedan probar los hechos narrados. La mayor parte de lo que se cuenta como histórico en la Biblia no aparece en ninguna otra fuente no religiosa. De ahí que en el siglo XIX se levantase una especie de fiebre arqueológica a la búsqueda de pruebas testimoniales tangibles sobre los hechos narrados en la Biblia. En la Biblia aparecían nombres de ciudades y personajes de los que ni los griegos ni los romanos tenían noticia.
A primeros del año 2003 apareció en todos los periódicos del mundo una noticia sobre el presunto descubrimiento de un bloque de piedra calcárea con inscripciones en fenicio antiguo que detallaban planos de la reparación del primer Templo, el del rey Salomón. El fragmento, al parecer, pertenecía a la época del rey bíblico Joás, que reinó hace 2 800 años. Los medios de comunicación de todo el mundo subrayaron que si dicho bloque de piedra resultase auténtico, como afirman algunos especialistas del Instituto de Investigaciones Geológicas de Israel, “se trataría de la primera prueba física de apoyo de un texto bíblico”, lo que revela la poca consistencia que la opinión de buena parte de los especialistas en la materia atribuye a las pruebas arqueológicas presentadas hasta ahora en defensa de la historicidad de la Biblia.
Werner Keller, autor del libro Y la Biblia tenía razón, veinte años después de su primera edición, llega a opinar: “existen hoy historiadores, teólogos, científicos y arqueólogos que tras un examen concienzudo de la tradición bíblica, llegan a opinar que, en último análisis, la cuestión de si los hechos relatados en la Biblia son ciertos o errados tiene poca importancia”, ya que para ellos, dice, lo importante de la Biblia es que encierra un mensaje religiosos. Y añade el arqueólogo alemán: “Por mucho que sepamos ya de la Biblia en los días de hoy, aún estamos muy lejos de saber todo de ella. Las preguntas aún no han terminado. Al contrario, cada nuevo descubrimiento suscita nuevas preguntas”.
Finkelstein y Asher, autores de La Biblia desenterrada, sostienen sobre el éxodo de Egipto: “La epopeya de la salida de Israel de Egipto no es ni verdad histórica ni ficción literaria (…). Fijar esta imagen bíblica en una fecha concreta es traicionar el significado más profundo del relato”.
La simbólica historia de un pueblo
La Biblia, en realidad, es más que un libro de historia, por muy importante que sea la historia que en ella se narra. Es historia y no sólo mito, porque, de lo contrario, no tendría sentido toda la compleja y simbólica epopeya del pueblo de Israel y de su fe, que constituye una de las religiones más antiguas e importantes del mundo y que acabó dando vida al cristianismo. Si se tratara sólo de un libro de mitos o cuentos, por interesante que fueran, la Biblia no hubiese tenido tal repercusión en estos últimos tres mil años de historia, ni se hubiesen escrito sobre ella montañas de tratados ni hubiese inspirado tanto y a tantos millones de personas.
Lo más importante, hoy, en el estudio sobre la Biblia no es la discusión sobre su carácter histórico o si se trata de una revelación divina. Lo importante es el significado de estos textos para aquel pueblo semita y este aspecto es, precisamente, el objeto de los últimos estudios bíblicos: ¿qué entendían ellos por historia y cómo supieron entrelazar en una maravillosa obra literaria lo real y lo simbólico? ¿Cómo supieron unir la historia de un pueblo que si existió y que luchó durante años junto a su Dios en busca de su identidad, con las utopías y los arquetipos universales del ser humano?
Si algo de original y de importante existe en la historia del pueblo judío y de su religión –que fue la de Jesús de Nazaret- es que se trató de algo fuertemente enraizado con la vida, con la responsabilidad del hombre con la tierra, con el destino de los perseguidos, con la libertad y con la esperanza en el futuro. Todo eso, con relatos históricos o no, está en el corazón de la Biblia como el mensaje ético, religioso y social más fuerte de la historia. El resto está en manos de los expertos en historia y arqueología.
Las cinco Biblias
Millones de personas tienen en su casa un ejemplar de la Biblia, pero desconoce su historia, sus autores, la lengua en que fue redactada. Y, sobre todo, ignoran que no existe una sola Biblia, sino varias: la judía, la hebrea, la católica, la protestante y la ortodoxa.
Es curioso que la palabra “biblia” no aparezca en la Biblia. Es una palabra creada por los primeros cristianos de cultura y lengua griegas. Significa en griego “libros”, en plural, aunque el uso ha convertido a la palabra en singular. Ese nombre es el que los griegos daban a un rollo de papiro que fue la materia prima con la que se elaboraron los pliegos para escribir algunos de los libros de la Biblia, llamados también rollos, porque cada libro se escribía en un solo rollo de papiro. Pero aún antes de redactarse en papiros o pergaminos, buena parte de los textos de la Biblia existía sólo en la tradición oral y es posible que las primeras aproximaciones de algunas de aquellas tradiciones orales fueran escritas en tablas de arcilla sobre las que se escribía con punzón.
Fue san Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla, en el siglo IV d.C., el primero que usó la palabra “biblia” para designar los libros sagrados, considerados por él como “el libro” por excelencia. Entre los cristianos, la Biblia se llama también “Escrituras”, o “Sagradas Escrituras”, o “Palabra de Dios”, entre otras denominaciones, aunque la forma “Biblia” es la más usada.
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