martes, 2 de enero de 2018

YARA, leyenda de la Amazonía


En una antigua tribu guerrera de la selva vivía una valiente joven indígena; la mejor combatiente de la tribu y la más singular de los muchos descendientes del chamán.
Su fama había alcanzado tal renombre que despertó la envidia de sus hermanos varones; pues casi todos los elogios de sus proezas provenían del mismo padre quien estaba orgulloso de ella y, al mismo tiempo, ignoraba a los otros hijos.
Sus hermanos se sintieron desplazados y no pudieron soportar esta situación; así que, en concilio secreto, tomaron la decisión de deshacerse de ella eliminándola y haciéndola desaparecer.
Una noche, en que el silencio y el sueño aletargaban por completo a la tribu, sus hermanos ingresaron a su tambo dispuestos a matarla; pero fracasaron en el intento por haber ignorado el especial entrenamiento de la brava muchacha. Ella, con un agudo sentido del oído, los escuchó llegar. Se defendió de tal manera que no quedó ninguno vivo. Y, aunque fue en defensa propia, intuyó muy bien que esta situación no sería bien vista ni por su padre, el chamán, ni por la tribu en general; por eso tuvo que huir esa misma noche.
Unas horas después, se descubrió la sangrienta escena y notaron que la única ausente era la hija guerrera. Los más experimentados cazadores de la tribu comenzaron a rastrearla y en breve tiempo fue hallada. De nada sirvió la explicación que brindó pues su padre estaba demasiado dolido por el fratricidio cometido y, en una rápida decisión, mientras su corazón sufría, decidió que, como castigo, fuera arrojada al Río Negro, uno de los afluentes del río Amazonas.

Otras versiones sostienen que, mientras huía por lo más recóndito del monte, conversaba con las aves y los insectos. Podía comunicarse mediante chillidos característicos con los monos que le anticipaban de los movimientos de sus perseguidores. Tras largo caminar en sobresalto, agobiada por el calor y el cansancio, decidió tomar un reparador baño en una cocha de cristalinas aguas. Mientras jugueteaba con los pececillos y canturreaba relajada al frescor del remanso, fue sorprendida por unos exploradores foráneos, de piel blanca, rubios y barbados, quienes lograron capturarla. Entonces, como represalia ante su feroz resistencia, la humillaron, la golpearon y ultrajaron en un acto de cruel abuso. Al anochecer, arrojaron su cuerpo al río en estado de deplorable agonía.

Aparentemente ese fue su triste final; sin embargo, los designios de la naturaleza le habían preparado otro porvenir. Todo esto ocurrió en una noche de luna llena; en un momento muy especial donde los misterios de la madre tierra o madre selva dan lugar a extraños propósitos. En el instante mismo en que el último aliento de vida se le escapaba fue rodeada por infinidad de peces quienes acudieron en su ayuda, tal vez atraídos por su fuerte espíritu o voluntad, y la proclamaron como su soberana y representante. Mientras sus semejantes la despreciaban, la mamapacha y las aguas la reclamaban como suya, transformándola, elevándola a la superficie con nueva apariencia: una criatura de indescriptible belleza, de largo cabello negro y ojos oscuros que podían cambiar a voluntad.
Desde entonces nadie recuerda cual fue su nombre pues en todas las regiones es conocida como Yara, Iara o Uiara que significa la señora de las aguas y desde entonces, para siempre, su nueva existencia tiene escondidos afanes.
La describen como un ser dotado de una extraordinaria belleza, con la piel ligeramente verdosa y nacarada que puede mimetizarse de acuerdo con los matices de la jungla; también, así como los peces tienen distintos colores, sus cabellos y ojos también pueden variar, ya que algunos lo ven de negra cabellera y otros de color rubio sedoso, con ojos que van desde el penetrante negro azabache hasta el azul cielo.
Ahora ella es la guardiana de las aguas de la amazonia. Hay de aquel que se encuentre con ella directamente o que escuche una canción melodiosa de su seductora voz. Lo mejor que se puede hacer cuando su presencia extraña es percibida es volver por donde se vino y escapar a toda velocidad; así se puede tener mejor oportunidad que ante el sino fatal que un encuentro con ella le puede deparar.

Si la Yara toma cuenta de la cercanía de un hombre, y tiene especial interés en él, puede adoptar la apariencia de una criatura de la selva como anaconda, jaguar o pantera negra. Si ella ve directamente a la persona y las miradas se cruzan el hombre cae en un remolino de emociones intensas que se incrementa al escuchar el canto de la Yara. El hombre tratará de acercarse a ella, no importa cómo, y ella lo atraerá con movimientos sensuales. Este efecto aumenta si el encuentro tiene iugar en noches de luna llena.

En algunas regiones se cuenta que la Yara lleva al fondo del río al hombre enamorado, ahogándolo para devorarlo; en otras regiones se cuenta que, si la Yara está buscando aparearse, se llevará al hombre a un lugar propicio disfrutando del encuentro y dejándolo abandonado para que pueda despertar cerca de un poblado. Sin embargo, el hombre quedará siempre marcado por la delirante pasión que siente por la Yara; si vuelve a buscarla, no tendrá una segunda oportunidad, desaparecerá para siempre en los dominios de la insaciable ama de las aguas.

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