lunes, 11 de mayo de 2020

Canto de chihuaco




Por: Félix Huamán Cabrera

Aburrido, como todos los campesinos, sólo sabía insultar, encolerizado.
Veía su chacra, y le daba pena que las hojas de sus plantas se desgranaran en hojarasca.
Hasta los animales cabizbajos, fatigados, se rendía en los días, mugiendo, balando o ladrando al calor que sofocaba.
La sequía.
Todo sol y, el terrón de los surcos, polvo sin viento. Lejanía.
Santiago Palomino crispaba sus manos con rabia mirando hacia arriba y callaba. Tanto esfuerzo, se decía, para que se deshaga la sementera.
Y diciembre pasaba sin que ninguna nube traiga la esperanza.
Cuando de repente vio que volaba el pajarillo plomo. Solamente volaba, porque en esa época el zorzal no sabía trinar. Saltaba entre los sembríos, extendía sus alas y se volvía a ir.
Parece que este pájaro no sintiera ni padeciese.
Humo de la tristeza.
¡Pero yo –se dijo Santiago- lo mataré! Todavía que las pobres chacras están mal, viene el desgraciado a escarbar con su pico de gusano.
Desde entonces no había quietud para las manos del chacarero. Tiracho y piedra dejaba sangre entre las plumas. Caían los chihuacos en medio del sol quemante. Ya no el ramaje ni el salto, sino la cabeza gacha de la muerte.
Hasta que, al lado de una mata amarillenta, encontró dos polluelos de zorzal. Abrían sus picos a la tarde. Santiago al verlos pensó destruirlos también. Pero era la actitud de los pequeños, mirada de sus niños cuando quieren pan.
¡No!, dijo.
De repente también he matado a su madre y se sintió culpable. Caray. Entonces cogiendo el nido, los llevó a su casa.
Ahí les dio lo que pudo. El hijo más crecido se hizo cargo del cuidado.Hasta que los chihuacos equeños empezaron a coger sus granos y se dieron cuenta que los niños con quienes estaban creciendo gritaban en sus juegos para que venga la lluvia.
Un día de madrugada cuando Santiago se levantó a mirar la mañana, vio que igual el sol despuntaba.
Qué culpa estaremos pagando -dijo el hombre- si no llueve no quedará sino el hambre en todo el valle.
Pero escuchó el trino. Un trinar raro.
No era jilguero, ni gorrión, ni oropéndola del saúco verde, no era paloma torcaza ni chivillo de las quebradas.
Venía el sonido del corralón.
“Lluví, lluví, chiric, chiric”.
Fue por detrás de la huerta a ver que pájaro cantaba.
“Chiric, chiric, lluví, lluví”.
¡Los chihuaquitos!... Pero los chihuacos no tienen trino. Y vio que dos de sus niños también cantaban al compás de los polluelos: “lluví, lluví, chiric, chiric”, mirando al cielo, llorando al aire; lluví, lluví, nube viajera, chiric, chiric, deja la lluvia en la sementera y los chihuacos extendiendo sus alas se fueron por el muro de los adobones a la arboleda del frente trinando el lluví, lluví de esa mañana.
Y fue el bosque pequeño lluví, lluví de cientos de zorzales.
Santiago Palomino como embobado escuchaba alzando los ojos: por el cerro colorado una nube negra emergía espesa ensombreciendo el panorama.
El loquerío de trinos llegaba hasta el lado del río seco, cuando repentinamente una descarga de rayos y truenos retumbantes, hizo lluvia en el campo eriazo y en la angustia de Palomino.
Lluví. Lluví, zorzal del agua, chiric, chiric, canto del alma.
Desde esa vez cantó el chihuaco pidiendo que llegue la lluvia buena por las crestas de las montañas.
Desde esa vez el trino del pajarillo es canto del agua.


No hay comentarios: