Es famosa la afirmación de Albert Einstein de que la imaginación es más importante
que el conocimiento. La imaginación, la fantasía, nos ayudan a contemplar lo
que nos rodea desde una perspectiva original y novedosa. Pero, curiosamente, en
el ámbito de la literatura o de la ficción en general, lo fantástico ha sufrido
a menudo el desprecio de los que defendían la superioridad de las narraciones
realistas, más serias, más importantes.
Se pueden encontrar elementos fantásticos en la
literatura de todos los tiempos, fenómenos sobrenaturales que distinguen
ciertos relatos de otros que pretenden mostrarnos nuestro entorno tal como lo
conocemos. Sin embargo, todas estas narraciones son también, como es obvio, muy
diferentes entre sí. ¿Es, entonces, literatura fantástica cualquier obra que
tenga un elemento sobrenatural? ¿Nos encontramos ante un mismo tipo de ficción
cuando nos enfrentamos a una historia que se desarrolla entre elfos, enanos y
otras criaturas feéricas en un contexto como la Tierra Media que cuando leemos
un relato en el que un hombre comienza a vomitar conejitos? David Roas nos dice
que para que una obra pueda ser considerada como literatura fantástica no basta
con que aparezca lo sobrenatural de forma anecdótica: tiene que encontrarse en
la base de la historia. Este género literario no puede funcionar sin la
presencia de lo sobrenatural entendido como lo que transgrede las leyes del
mundo real. Esta transgresión que encontramos en los cuentos de terror de Allan
Poe o en la narrativa corta de Jorge Luis Borges, por citar algunos ejemplos,
no puede dejar impasible al lector, que se ve obligado a replantearse su
concepto de lo que es real y lo que no lo es.
Luego, también nos podemos encontrar con otro tipo
de literatura de fantasía que, sin embargo, es bastante diferente de la que
acabamos de describir. Es lo que los críticos han dado en llamar literatura
maravillosa. Esta forma de ficción se desarrolla en un mundo secundario, cuyas
leyes no son las mismas que rigen nuestro universo, y tiene un final feliz en
el que el bien se impone al mal.
En este género, lo sobrenatural no entra en
conflicto con nuestro concepto de realidad. Los magos, los dragones y las hadas
que aparecen en los cuentos populares no son fantásticos en la medida en que no
cuestionan nuestro mundo. Los personajes que habitan estas historias aceptan
los encantamientos y los sucesos extraordinarios de todo tipo como algo normal.
Lo sobrenatural desde la perspectiva de nuestra realidad es, por tanto, plenamente
natural en el nuevo mundo inventado.
Si, tal como afirmábamos antes, la ficción
fantástica tiene, en algunos círculos, menos prestigio que la realista por ser
considerada como una forma de evasión, lo maravilloso está aún un escalón por
debajo de ella. Ya hemos dicho que la literatura fantástica pretende, de algún
modo, hacer reflexionar sobre la naturaleza de lo que llamamos realidad, pero
¿qué nos aporta la literatura maravillosa? ¿No nos invita a refugiarnos en una
burbuja absurda solo apta para los más jóvenes o los menos cultos?
Cada cual es libre de leer lo que le plazca y de
sentirse atraído por un tipo de ficción u otro. Pero desprestigiar a la ligera
ciertos géneros como escapistas o superficiales dice, a mi entender, más sobre
el crítico que sobre el texto comentado.
Mundo fantástico: a diferencia
de lo que se cree, es muy parecido al cotidiano. El único elemento que los
diferencia, es un hecho que rompe con la normalidad y siembra la duda en los
personajes y el lector. Hay un quiebre de la normalidad que le es extraño al
mismo mundo. Lo raro o lo extraño no es normal.
Relatos de Andariego
Por: Freddy Contreras
Oré
La
Fernanda y sus acompañantes me trajeron aquí como si ya hubieran preparado
minuto a minuto los pormenores de mi destino final. Ubicaron la parte más
altita de la orilla en el extremo opuesto del camino y me empujaron. Mis
súplicas, mis gritos se perdieron en la imperturbable quietud de los cerros;
sólo una ráfaga de viento que cruzó en esos instantes llegó a los oídos de mi
Cayito. Mi mamita está gritando, le dijo a su padre; pero el José, dolido por
mi ausencia de dos días, germinaba tormentas y agitadas sombras en el corazón;
la ausencia del cariño le impedía entender los presentimientos de mi hijito
adorado.
El
agua inundó mi boca y mis pulmones. Toqué el barro rojo del fondo y me sentí
torpe para seguir luchando. Me aplastaba el agua y la oscuridad por todas
partes. La asfixia inicial iba convirtiéndose en una sensación de pesadez de la
que yo quería librarme haciendo convulsionar mi cuerpo. De a poco a poco me fui
quedando quieta. Entonces sentí que ya no estaba en mi cuerpo.
Como
si fuera el agua misma estaba hinchándome y creciendo; envolviendo conmigo a
las truchas, a las totoras y a las hierbitas de la laguna, de extremo a
extremo. Me dio pena ver mi propio cuerpo, tranquilito al fondo, a no más de
tres metros de la orilla, con la boca bien abierta y los ojos queriéndose
salir, con las manos arañando el barro y la cabellera larga enredándose en el
cuello. Mi rostro parecía el de una mujer enloquecida por la pérdida repentina
de todas las señales de la esperanza.
Al amanecer me di
cuenta que yo misma era la laguna. Había perdido la movilidad que tuve cuando
estaba viva. Tampoco podía sentir el frío ni el calor, ni nada que antes podía
percibir con los sentidos; pero mis pensamientos, mis emociones e intuiciones
estaban más despiertos que nunca y fui acomodándome a esta nueva forma de
seguir existiendo.
Mundo maravilloso: el
mundo maravilloso se entiende como un lugar donde todo es posible, lo raro es
normal. Es común encontrar criaturas como elfos, dragones, gnomos o brujas y
hechiceros. Los personajes vuelan y tiene poderes sin que al lector le resulte
enigmático.
Alicia en el país de las maravillas
Por: Lewis
Carroll
Sobre la
mesa del comedor encontró un apetitoso plato de guisado. En cuando lo probó,
comenzó a crecer y crecer. Tanto creció, que su cabeza rompió el techo,
asustando a un ave que anidaba en el tejado y que comenzó a gritar:
¡Auxilio!
¡Acabo de ver un monstruo!
- No soy un
monstruo. Soy una niña -se defendió.
- ¡Mentira!
-volvió a chillar el ave- No hay ninguna niña que tenga un cuello, brazos y
piernas tan enormes.
¡Fuera de aquí, si no quieres que te picotee la nariz!
Luego la
niña vio otro plato con exquisitas setas guisadas y pensó que quizá tuvieran la
virtud de hacerla disminuir de estatura. Comió unas pocas y descubrió que, en
efecto, se achicaba.
Entonces le
fue posible atravesar una puertecilla y pasar a una coquetona salita de muebles
diminutos. Pero, viéndose tan pequeña, eso no la consoló.
¿No iba a
ser más lo que fue?
Encima de
una de las mesas descubrió una apetitosa tortita y decidió comerla, para ver
qué sucedía. Entonces, de nuevo empezó a crecer y crecer.
-Me estoy
alargando otra vez como un telescopio -se dijo, sin saber ya qué iba a ser de
ella.
Y tantas
lágrimas derramó que la sala comenzó a inundarse. Hasta temió volverse loca.
De todas
formas, como tenía que hacer algo para recobrar su verdadero tamaño, bebió de
una botellita y al instante empezó a encoger. Pensó: -Me he convertido en un
sube y baja. Tanto he disminuido que el resto de la tortita que conservo en la
mano me parece una montaña. ¿Por qué se me ocurrió seguir al conejo?
¡Se había
hecho del tamaño de una nuez!
De repente
cayó y creyó que había caído al mar, pero no. ¡Se trataba de sus propias
lágrimas! Para no ahogarse, saltó a la barquita de papel de la torta y,
navegando siempre, fue a parar a un extraño lago poblado por una serie de seres
pintorescos y también amenazadores. ¿Se estaban burlando de ella?
Mirándola,
se hacían gestos unos a otros, como si Alicia fuera un bicho raro. ¿Pero es que
no se habían mirado a sí mismos? Había una coneja con una capota de lo más
ridículo, una estrella de mar con cara de mico, un pulpo que se le antojó lleno
de ranos y una especie de pato con un pico que parecía la bolsa del mercado.
¿De dónde habría salido?