jueves, 23 de mayo de 2013

La Biblia desenterrada (Finkelstein y Siberman)



Recuperado de alertareligión.blogspot.com

La Biblia desenterrada es un libro de los investigadores Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman dedicado a desentrañar la historia del antiguo pueblo israelita, contrastando las historias del Antiguo Testamento con los descubrimientos arqueológicos modernos. Antes de cualquier objeción en ese sentido es necesario aclarar que no se trata de un libro antirreligioso o una denuncia de las falsedades de la Biblia. No obstante, es previsible que los creyentes menos sofisticados o más habituados a la interpretación literal de la Biblia resulten sorprendidos o afectados negativamente.

Los autores se esfuerzan a cada paso en destacar el valor de la Biblia como documentación, no necesariamente de la historia, sino de las condiciones políticas y las inquietudes sociológicas de los habitantes de los territorios que se engloban en los libros bíblicos bajo la denominación de “Israel”, y que estuvieron en realidad muy lejos de la epopeya fundacional de Moisés, de la fulgurante conquista de Canaán y del legendario poder de la dinastía davídica o del rey Salomón.

No se trata simplemente, como se suele creer, de que ciertos pasajes del Antiguo Testamento sean exagerados o contengan episodios mitificados. Más bien nos encontramos con que tramos enteros de la historia del antiguo Israel están inventados, y otros están basados muy libremente en desarrollos históricos paralelos. Los estudiosos están de acuerdo, por ejemplo, en que la historia de la esclavitud en Egipto es completamente ficticia, aunque pudo inspirarse en el hecho de que los egipcios empleaban a muchos obreros inmigrantes del Sinaí en sus obras públicas. El Éxodo tampoco parece tener base histórica alguna, resultando particularmente inviable una huida masiva de esclavos a causa del férreo dominio que Egipto ejercía sobre el actual Israel.

El ciclo de sangrientas batallas que (según la Biblia) llevaron a la conquista de Canaán por los israelitas no tiene correlato arqueológico, excepto la destrucción de las ciudades-estado litorales por parte de un adversario desconocido, quizá los enigmáticos “Pueblos del Mar”, y luego de una corta renovación posterior, la nueva y definitiva devastación llevada a cabo por el faraón egipcio Shoshenk (llamado Sisac en la Biblia). Lo que ocurrió entre los supuestos “israelitas” y los cananeos es en realidad un reflejo de varias olas de colonización y abandono de las tierras al oeste del Jordán por parte de pueblos nómades, y un recuerdo de tensiones habituales entre los pastores nómades y los agricultores sedentarios. La auto-identificación étnica de los israelitas como pueblo fue posterior.

La gesta de David contra los filisteos es también inverosímil, por cuanto el reino de Judá era pobrísimo en hombres, en recursos y en cultura material; de la misma manera, el esplendor de Salomón no condice con la constatación de que la Jerusalén de esa época era apenas un pueblito serrano, sin fortificaciones ni grandes templos. Los numerosísimos ejércitos bíblicos no hubieran podido formarse ni mantenerse. Buena parte de toda esta historia fue escrita siglos después, para legitimar la unificación sociopolítica e ideológico-religiosa del reino, que buscaba subsumir a las tribus del norte (Israel propiamente dicho) y las del sur (el reino de Judá), con su capital y su Templo al único Dios situados en la sureña Jerusalén. Las profecías que se refieren a la suerte de Judá y de Israel representan intentos a posteriori de conciliar las supuestas promesas divinas de reinado eterno y unificado con la amarga separación y enemistad entre los reinos y con la inexplicable prosperidad de un Israel que se había rebelado contra Dios.

De hecho, el reino del norte (Israel) es consistentemente vituperado en la Biblia. El pecado de Israel fue precisamente su apertura a los cultos de otros dioses y la disposición de sus reyes a tomar esposas extranjeras, como la infame Jezabel, reina de origen fenicio, desposada con el rey Ajab. Por este y otros pecados, los descendientes de Ajab murieron uno tras otro de formas horribles. En realidad, esta historia (narrada en el libro de los Reyes) es casi totalmente ficticia. Israel bajo la dinastía omrita fue un reino fuerte y próspero, siendo el primero que amerita mención en documentos de otros pueblos de Medio Oriente, en momentos en que Judá era apenas un conjunto de aldeas escasamente pobladas. Sólo cuando el imperio asirio devastó Israel tuvo Judá la oportunidad de transformarse en un estado, y el rey Josías pudo usar los textos sagrados para legitimar su ocupación de las tierras del norte,  su poder sobre todas las tribus, y la centralización forzada del culto a Yahvé en Jerusalén.

La Biblia desenterrada es un recurso valiosísimo para quien debata sobre la historicidad de la Biblia. Inevitablemente, el libro es algo denso, ya que cuenta con un gran nivel de detalle y suele revisitar los hechos desde varios puntos de vista, pero leerlo brinda el placer de encontrarse con un trabajo arqueológico de primera clase, donde las certidumbres y las dudas de los investigadores están honestamente delineadas. Debe tenerse muy en cuenta que el libro no es una crítica a la Biblia: no busca desmontarla ni ridiculizarla, sino mostrarla como una epopeya nacional y un cuerpo de leyendas inspiradoras para un pueblo que ha persistido, reinterpretándola y adecuándola a sucesos cambiantes, durante milenios, a pesar de exilios y persecuciones que lo han llevado a todos los rincones del mundo.

Aunque la verdadera historia no está en la Biblia, tampoco corre paralela a ella, sino que la toca y la moldea, mediada por la teología y la política, por las tradiciones literarias y las expectativas del pueblo al que fue destinada. Que tantas veces haya sido impuesta por unos a otros, que tanto tiempo haya sido afirmada dogmáticamente como verdad fáctica y no aceptada como mito, no es culpa del libro ni de sus antiguos autores, sino fruto de esa terrible cerrazón que es el fundamentalismo religioso y de la ignorancia de los literalistas.

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