Una
blanca paloma y una abejita zumbadora eran muy buenas amigas e hicieron la
promesa de estar siempre juntas como dos inseparables hermanas. Todas las
tardes acostumbraban a salir de paseo para disfrutar de su leal amistad.
Un día de negros
nubarrones tuvieron las amigas una torpe discusión. Iban volando juntas cuando
la pequeña nectarina le preguntó a la paloma – ¿por qué no puedes zumbar? La aludida,
como nunca había ocurrido antes, sintió que le estaban echando en cara un
defecto y le retrucó – ¿por qué eres tan
picuda, insignificante y fea? Una larga mirada de sorpresa acompañó el
repentino adiós. La paloma altanera hizo una mueca y se fue dejando sola y
apenada a su compañera. Las lágrimas de la tarde comenzaban a derramarse como ruidosas
cataratas.
El
diluvio sorprendió a la pobre abejita tratando de cruzar el lago. Los truenos
hacían temblar la tierra. Relumbraban los relámpagos rabiosos y enceguecían los
ojos de la mielera abandonada. No pudo más y cayó al agua, quien, la samaqueó alborotada
por la intensidad de la lluvia, hasta dejarla muerta.
La paloma, que
alcanzó a guarecerse bajo la sombra de un eucalipto, esperó a que calmara la tormenta
para volver arrepentida con su amiga de toda la vida. No la encontró para
disculparse. Ahora ella piensa en todo momento que estarían juntas todavía si
hubiera sabido desoír el mal consejo de la
ira.
No hay comentarios:
Publicar un comentario