martes, 19 de marzo de 2013

Apuntes sobre "La mujer concepcina...", nuevo libro de Jesús León Gonzales



Los libros son siempre gratos compañeros de los viajes solitarios, de las noches insomnes, de los días lluviosos y demás circunstancias en las que, en lugar de matar el tiempo, se quiere más bien iluminar el intelecto. Por consiguiente, me alegra leer una nueva publicación del profesor Jesús León Gonzales a quien considero un concepcionista entendido y agudo. Los muchos años que lleva dedicado a escribir sobre la tierra que nos cobija le confieren autoridad y prestigio; creo que sus aportes al conocimiento de nuestra historia local son su virtud, su pasión y su gran mérito.

Pero el profesor León nunca deja de ser polémico y a esos aspectos controversiales de su libro quiero dedicar estas líneas. Asumo el disentimiento como derecho y recurso de expresión libre porque tengo saber, experiencia e intelecto de los cuales me hago responsable y los expongo para que el intercambio sincero de ideas nos permita aprender y corregir, si fuera posible. Dejo claro que nunca he profesado ese tipo de crítica ácida que vierte saña condenatoria contra las personas por el solo hecho de ser diferentes o pensar con autonomía.

¿Concepcionino o Concepcino?

Los procedimientos derivativos para el gentilicio de Concepción nos permiten aceptar como gramaticalmente válidos concepcionino, concepcionense, concepcionero, concepcionista y; excepcionalmente concepcino, donde se omite los dos últimos fonemas del topónimo (Concepción) y se hace apócope con el sufijo gentilicio ino. El señor León no está equivocado al respecto. Pero para los usos de la lengua también existen criterios de corrección idiomática que fueron establecidos justamente para evitar que a cada quien se le ocurra, a su antojo, crear una nueva palabra y así convertir al idioma en un tumulto de voces incomprensibles. El criterio de autoridad establece que es correcto lo que está dictaminado por una entidad oficial de la lengua y, en este caso, el diccionario de la RAE tiene registrado el gentilicio concepcionino como propio de nuestra provincia. Otro criterio importante es el de la aceptación social y, en este caso, también, es concepcionino el gentilicio que nos atribuimos en predominante mayoría. Usar un neologismo porque parece exquisito o porque lo sugiere una persona docta pero desinformada de nuestro entorno socio cultural,  es un implante innecesario; desentona.

El señor León es amo de lo que afirma y escribe, tampoco se le puede poner una camisa de fuerza para que comparta nuestro parecer. Lo que aquí manifiesto es solo una aclaración; y por seguro, nosotros seguiremos siendo concepcioninos ahora y siempre, a través de los tiempos, hasta el último suspiro.

Los anacronismos

En el primer párrafo de su ensayo nos advierte no caer en anacronismos y se toma el trabajo de aclarar el sentido de la palabra. Buen inicio y propuesta inteligente, además. Pero, después de mucha tinta, el señor León cae en la misma postura errónea contra el cual nos había prevenido. Me permito sustentar, en oposición a su comentario, que: ni nuestras esforzadas rabonas eran tales por ser seguilonas o por ir a la cola, ni las valerosas cantineras eran vulgares copetineras. Sobre el tema,  escribí un artículo hace ya más de tres años que trascribo textualmente:

“En la acepción militar una cantina no es una taberna; sino un lugar donde pueden encontrar bebida, alimento y hasta menaje de enfermería. De México al resto de América, las ‘cantineras’ eran las mujeres de los soldados de tropa, la mayoría indígenas, que acompañaban a los ejércitos para servir la bebida y el rancho. Pronto sus servicios se hicieron urgentes porque asumieron la preparación y el aprovisionamiento de comida, el agenciarse del forraje para los caballos y las mulas, el traslado del bagaje de la guerra; así como la atención de los heridos y enfermos. Los oficiales pudieron percibir que la presencia de estas legendarias y bravas mujeres garantizaba también la disminución de la deserción y les permitió su presencia, en casos, con el acompañamiento de sus hijos menores. Cuando sus hombres morían en combate, podían tomar otro compañero y a veces coger las armas del caído para participar de la guerra. En ocasiones, no fueron sólo las esposas, sino también concubinas, hermanas y madres que marchaban tras la tropa al cuidado de sus seres queridos.

Las cantineras participaron de la lucha por la independencia en todos los países de América hispana; otros apodos que les endosaron fueron: ‘soldaderas’,  ‘vivanderas’, ‘adelitas’.

En el Perú eran conocidas como ‘rabonas’; motejo que el poeta de la independencia, Mariano Melgar, registra en sus crónicas haciendo referencia a que los  caballos sin cola eran conocidos como rabones y como, en un inicio, estas mujeres no eran aceptadas junto a la tropa y las castigaban cortándoles las trenzas, por analogía, ellas también eran rabonas; así las bautizaron y así  fueron inmortalizadas”.

Las lenguas evolucionan y muchos términos que hoy empleamos con un sentido determinado, no significaron lo mismo en épocas pasadas. Las opiniones presentes, emitidas con conceptos actuales, sobre hechos pasados acontecidos en un contexto social, histórico y cultural distinto configuran anacronismos que debemos evitar. El autor no los obvia a pesar de habernos anticipado sobre sus riesgos.

El parentesco dudoso

Todas las biografías que sobre el ilustre maestro José Antonio Encinas Franco tengo a mi alcance, registran que su esposa en segundas nupcias era la dama concepcionina Rita Edelmira del Pando Mendizábal. A fuerza de empecinamiento, logré obtener hace poco un libro con el título Mujeres Ilustres del Perú para la educación Nacional, de don Diego Camacho, ediciones Carpena, publicado en 1969; que contiene la, hasta ahora, biografía más extensa que he podido leer sobre la referida dama y destacada maestra de nuestra tierra. En él se menciona que los padres de Edelmira del Pando fueron Juan del Pando y R. Edelmira Mendizábal; nombres que no coinciden con los que el profesor León anota y luego los utiliza para arrogarse un vínculo familiar con su patronímico Gonzales. También en el libro Encinas, maestro del Perú, de Danilo Sánchez Lihon, editorial Derrama Magisterial, publicado en 1999, el autor registra el apellido Mendizábal como el materno de doña Rita Edelmira, con el adicionamiento de que la recopilación de su información está basada en entrevistas a doña Aurora Encinas de Zegarra, hermana del ilustre maestro José Antonio y a Gloria Aurora Zegarra Encinas, sobrina actualmente viva de nuestro personaje. Solo me queda invocar a que el profesor León muestre las evidencias que validan sus afirmaciones.

¿Acusador o acusica?

No lo dice textualmente pero su ambigüedad apunta a que entendamos que, en el caso del fallecimiento de la señora Doris Mendoza Paredes, hubo irresponsabilidad y aprovechamiento político de las dos últimas gestiones municipales al declararla heroína, título que no le corresponde.

Tuve el honor de ser el encargado de dar lectura pública, durante el entierro de la mencionada dama, de una Resolución de Alcaldía donde se le declaró “Mártir y defensora de la ecología de Concepción”. Mártir designa a una persona que muere o padece excepcionales sufrimientos por defender una causa o principio, y ese reconocimiento era merecido. Es en la gestión del actual alcalde cuando en 12 de noviembre de 2011 se emite una ordenanza declarando feriado laborable en la provincia, el día 16 del mismo mes “por los acontecimientos de Lastay donde falleció la señora Doris Mendoza Paredes, heroína de Concepción”.

“Lo justo es lo justo y lo necesario es lo necesario” repite con frecuencia un personaje de nuestra radiofonía local. El aprovechamiento político viene de quienes exceden la dimensión de lo justo y necesario y tratan de figurar utilizando la manipulación, la impostura y la tergiversación interesada. Mal oficio aquel de acusar liando vagas generalizaciones.

Su flaqueza

Escribir para difundir cultura es una maravillosa labor; pero tiene que ser trabajo responsable y de calidad. Escribir es expresar lo que pensamos haciendo uso de un código gráfico y ese código tiene reglas que deben respetarse. Un texto escrito tiene contenido y expresión, fondo y forma; no bastan las ideas, los argumentos, los conceptos; es necesario el equilibrio de los mismos con la precisión del lenguaje, la sintaxis correcta y la ortografía bien cultivada. Cuando un escritor descuida la forma, sus ideas pierden calidad y su obra se demerita. Para publicar un libro hay que saber realizar pacientes correcciones, confiar en el consejo de buenos colaboradores y esperar el fermento de las palabras después de muchas relecturas. No es la primera vez que objeto al señor León por esa dejadez, espero que algún día se tome en serio y haga verdaderos esfuerzos por superar sus limitaciones de estilo.

Termino mi comentario: tampoco se trata de que tengamos una mirada pesimista y pensemos que después de tan extensa recriminación ya nada rescatable vamos a encontrar. El libro tiene novedosos aportes e interesantes revelaciones, por tanto hay que leerlo reflexivamente y con una buena dosis de independencia intelectual.

1 comentario:

Unknown dijo...

Lei el libro y me pareció una muy buena apreciación de la realidad de nuestra zona y sobre todo de concepción respecto a la mujer y sus aportes.