Los
libros son siempre gratos compañeros de los viajes solitarios, de las noches
insomnes, de los días lluviosos y demás circunstancias en las que, en lugar de
matar el tiempo, se quiere más bien iluminar el intelecto. Por consiguiente, me alegra
leer una nueva publicación del profesor Jesús
León Gonzales a quien considero un concepcionista entendido y agudo. Los
muchos años que lleva dedicado a escribir sobre la tierra que nos cobija le confieren
autoridad y prestigio; creo que sus aportes al conocimiento de nuestra historia
local son su virtud, su pasión y su gran mérito.
Pero
el profesor León nunca deja de ser polémico y a esos aspectos controversiales
de su libro quiero dedicar estas líneas. Asumo el disentimiento como derecho y
recurso de expresión libre porque tengo saber, experiencia e intelecto de los
cuales me hago responsable y los expongo para que el intercambio sincero de
ideas nos permita aprender y corregir, si fuera posible. Dejo claro que nunca
he profesado ese tipo de crítica ácida que vierte saña condenatoria contra las
personas por el solo hecho de ser diferentes o pensar con autonomía.
¿Concepcionino o
Concepcino?
Los
procedimientos derivativos para el gentilicio de Concepción nos permiten
aceptar como gramaticalmente válidos concepcionino, concepcionense, concepcionero,
concepcionista y;
excepcionalmente concepcino, donde se omite los dos últimos
fonemas del topónimo (Concepción) y se hace apócope con el sufijo gentilicio ino. El señor León no está equivocado al
respecto. Pero para los usos de la lengua también existen criterios de corrección
idiomática que fueron establecidos justamente para evitar que a cada
quien se le ocurra, a su antojo, crear una nueva palabra y así convertir al
idioma en un tumulto de voces incomprensibles. El criterio de autoridad
establece que es correcto lo que está dictaminado por una entidad oficial de la
lengua y, en este caso, el diccionario de la RAE tiene registrado el gentilicio concepcionino como propio de nuestra provincia. Otro criterio
importante es el de la aceptación social y, en este caso, también,
es concepcionino el gentilicio que nos
atribuimos en predominante mayoría. Usar un neologismo porque parece exquisito o
porque lo sugiere una persona docta pero desinformada de nuestro entorno socio
cultural, es un implante innecesario; desentona.
El
señor León es amo de lo que afirma y escribe, tampoco se le puede poner una
camisa de fuerza para que comparta nuestro parecer. Lo que aquí manifiesto es
solo una aclaración; y por seguro, nosotros seguiremos siendo concepcioninos ahora y siempre, a través
de los tiempos, hasta el último suspiro.
Los anacronismos
En
el primer párrafo de su ensayo nos advierte no caer en anacronismos y se toma
el trabajo de aclarar el sentido de la palabra. Buen inicio y propuesta inteligente,
además. Pero, después de mucha tinta, el señor León cae en la misma postura errónea
contra el cual nos había prevenido. Me permito sustentar, en oposición a su
comentario, que: ni nuestras esforzadas rabonas eran tales por ser seguilonas o por ir a la cola, ni las
valerosas cantineras eran vulgares copetineras.
Sobre el tema, escribí un artículo hace
ya más de tres años que trascribo textualmente:
“En la acepción militar
una cantina no es una taberna; sino un lugar donde pueden encontrar bebida,
alimento y hasta menaje de enfermería. De México al resto de América, las ‘cantineras’
eran las mujeres de los soldados de tropa, la mayoría indígenas, que acompañaban
a los ejércitos para servir la bebida y el rancho. Pronto sus servicios se
hicieron urgentes porque asumieron la preparación y el aprovisionamiento de
comida, el agenciarse del forraje para los caballos y las mulas, el traslado
del bagaje de la guerra; así como la atención de los heridos y enfermos. Los
oficiales pudieron percibir que la presencia de estas legendarias y bravas
mujeres garantizaba también la disminución de la deserción y les permitió su
presencia, en casos, con el acompañamiento de sus hijos menores. Cuando sus
hombres morían en combate, podían tomar otro compañero y a veces coger las
armas del caído para participar de la guerra. En ocasiones, no fueron sólo las
esposas, sino también concubinas, hermanas y madres que marchaban tras la tropa
al cuidado de sus seres queridos.
Las cantineras
participaron de la lucha por la independencia en todos los países de América
hispana; otros apodos que les endosaron fueron: ‘soldaderas’, ‘vivanderas’, ‘adelitas’.
En el Perú eran
conocidas como ‘rabonas’; motejo que el poeta de la independencia, Mariano
Melgar, registra en sus crónicas haciendo referencia a que los caballos sin cola eran conocidos como rabones
y como, en un inicio, estas mujeres no eran aceptadas junto a la tropa y las
castigaban cortándoles las trenzas, por analogía, ellas también eran rabonas;
así las bautizaron y así fueron
inmortalizadas”.
Las
lenguas evolucionan y muchos términos que hoy empleamos con un sentido
determinado, no significaron lo mismo en épocas pasadas. Las opiniones presentes, emitidas con conceptos actuales, sobre hechos pasados acontecidos en un
contexto social, histórico y cultural distinto configuran anacronismos que debemos
evitar. El autor no los obvia a pesar de habernos anticipado sobre sus riesgos.
El parentesco dudoso
Todas
las biografías que sobre el ilustre maestro José Antonio Encinas Franco tengo a
mi alcance, registran que su esposa en segundas nupcias era la dama
concepcionina Rita Edelmira del Pando
Mendizábal. A fuerza de empecinamiento, logré obtener hace poco un libro
con el título Mujeres Ilustres del Perú
para la educación Nacional, de don Diego Camacho, ediciones Carpena,
publicado en 1969; que contiene la, hasta ahora, biografía más extensa que he
podido leer sobre la referida dama y destacada maestra de nuestra tierra. En él
se menciona que los padres de Edelmira del Pando fueron Juan del Pando y R.
Edelmira Mendizábal; nombres que no
coinciden con los que el profesor León anota y luego los utiliza para arrogarse
un vínculo familiar con su patronímico Gonzales. También en el libro Encinas, maestro del Perú, de Danilo
Sánchez Lihon, editorial Derrama Magisterial, publicado en 1999, el autor
registra el apellido Mendizábal como
el materno de doña Rita Edelmira, con el adicionamiento de que la recopilación
de su información está basada en entrevistas a doña Aurora Encinas de Zegarra, hermana del ilustre maestro José Antonio
y a Gloria Aurora Zegarra Encinas,
sobrina actualmente viva de nuestro personaje. Solo me queda invocar a que el profesor
León muestre las evidencias que validan sus afirmaciones.
¿Acusador o acusica?
No
lo dice textualmente pero su ambigüedad apunta a que entendamos que, en el caso
del fallecimiento de la señora Doris Mendoza Paredes, hubo irresponsabilidad y
aprovechamiento político de las dos últimas gestiones municipales al declararla
heroína, título que no le corresponde.
Tuve
el honor de ser el encargado de dar lectura pública, durante el entierro de la
mencionada dama, de una Resolución de Alcaldía donde se le declaró “Mártir y defensora de la ecología de
Concepción”. Mártir designa a una persona que muere o padece excepcionales
sufrimientos por defender una causa o principio, y ese reconocimiento era
merecido. Es en la gestión del actual alcalde cuando en 12 de noviembre de 2011
se emite una ordenanza declarando feriado laborable en la provincia, el día 16
del mismo mes “por los acontecimientos de
Lastay donde falleció la señora Doris Mendoza Paredes, heroína de Concepción”.
“Lo
justo es lo justo y lo necesario es lo necesario” repite con frecuencia un
personaje de nuestra radiofonía local. El aprovechamiento político viene de
quienes exceden la dimensión de lo justo y necesario y tratan de figurar
utilizando la manipulación, la impostura y la tergiversación interesada. Mal
oficio aquel de acusar liando vagas generalizaciones.
Su flaqueza
Escribir
para difundir cultura es una maravillosa labor; pero tiene que ser trabajo
responsable y de calidad. Escribir es expresar lo que pensamos haciendo uso de
un código gráfico y ese código tiene reglas que deben respetarse. Un texto
escrito tiene contenido y expresión, fondo y forma; no bastan las ideas, los
argumentos, los conceptos; es necesario el equilibrio de los mismos con la
precisión del lenguaje, la sintaxis correcta y la ortografía bien cultivada.
Cuando un escritor descuida la forma, sus ideas pierden calidad y su obra se
demerita. Para publicar un libro hay que saber realizar pacientes correcciones,
confiar en el consejo de buenos colaboradores y esperar el fermento de las
palabras después de muchas relecturas. No es la primera vez que objeto al señor
León por esa dejadez, espero que algún día se tome en serio y haga verdaderos
esfuerzos por superar sus limitaciones de estilo.
Termino
mi comentario: tampoco se trata de que tengamos una mirada pesimista y pensemos
que después de tan extensa recriminación ya nada rescatable vamos a encontrar.
El libro tiene novedosos aportes e interesantes revelaciones, por tanto hay que
leerlo reflexivamente y con una buena dosis de independencia intelectual.
1 comentario:
Lei el libro y me pareció una muy buena apreciación de la realidad de nuestra zona y sobre todo de concepción respecto a la mujer y sus aportes.
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