Roger Casement
Enemigo de la esclavitud
Roger Casement descubrió en 1910 que al menos treinta mil indígenas de la selva del Putumayo habían muerto mientras trabajaban como esclavos para la empresa Peruvian Amazon Rubber Co. Sus hallazgos fueron incluidos en un informe dirigido a la Corona Británica que escandalizaría al mundo al revelar las atrocidades que se cometían en la selva peruana en pleno siglo XX. La vida de este personaje, considerado un precursor de la defensa de los derechos humanos, es el insumo principal de El sueño del celta, la última ficción del Premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa.
Por: María Isabel Gonzales (Domingo, La República, 07/11/2010)
El 2 de agosto de 1916, en la prisión de Pentonville, Inglaterra, un día antes de morir en la horca, Roger Casement recibió un telegrama. El remitente era el peruano Julio César Arana, un poderoso barón del caucho de la selva del Putumayo, dueño de la Peruvian Amazon Rubber Co., también conocida como la Casa Arana. En un par de líneas, este le pedía a Casement retractarse de los cargos que hizo en su contra en dos informes redactados para el gobierno británico. Las acusaciones a las que se refería Arana eran por la explotación, tortura y asesinato de los millares de indígenas que trabajaron bajo sus órdenes. El destinatario no contestó la misiva y fue ahorcado al día siguiente. El cargo que mereció semejante condena fue alta traición a la Corona Británica.
Años atrás, qué ironía, Casement había elaborado famosos informes en los que denunciaba el trato inhumano que recibían las poblaciones colonizadas del África. Entonces era un súbdito del Imperio británico y nadie sospechaba que abandonaría el servicio diplomático inglés para apoyar la causa independentista irlandesa.
Casement fue un personaje que ocultó todo: su catolicismo, su homosexualidad y su nacionalismo irlandés, advierte Manuel Cornejo Chaparro, un experto del Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP). Pero en tiempos en los que gozó de la credibilidad de la Corona Británica fue considerado el hombre ideal para indagar en la selva del Putumayo sobre algunas denuncias de vejaciones contra indígenas perpetradas por la Casa Arana. La revista británica Truth publicó dichas acusaciones y señaló como responsables a los accionistas ingleses que poseían capitales en dicha compañía. Además, muchos capataces de esta empresa procedían de la británica colonia de Barbados. El escándalo había estallado y Casement fue embarcado hacia el infierno verde.
Fiebre del caucho
Roger Casement era cónsul en Río de Janeiro cuando la Foreign Office de Inglaterra, a sugerencia de la Sociedad Antiesclavista, le pidió que realice un viaje al Putumayo”, cuenta Cornejo Chaparro, del CAAAP. Era el tiempo del boom cauchero. Las gomas amazónicas tenían una alta demanda en Inglaterra y Estados Unidos, y los principales países productores eran Brasil, Perú y Bolivia. En nuestro país, la extracción gomera se desarrolló a partir de la década de 1870 en las riberas de los ríos Putumayo, Marañón, Huallaga, Ucayali y sus afluentes –y algo más tarde en el sur, en las riberas del río Madre de Dios– hasta donde llegaron aventureros, comerciantes y empresarios.
Así entran a escena los llamados barones del caucho, los peruanos Julio César Arana en las riberas del Putumayo, Carlos Fitzcarrald en las del Ucayali, y el español afincado en el Perú Máximo Rodríguez en las riberas del Madre de Dios. Y fue en la región comprendida entre los ríos Caquetá y Putumayo donde se consumaron los abusos contra miles de nativos, en un territorio cercano a los 120,000 km2. La zona, precisamente por ser rica en recursos gomeros, se convirtió en fuente de litigio desde fines del siglo XIX entre los gobiernos de Perú y Colombia. Finalmente, el 6 de julio de 1906 se estableció que ambos Estados esperarían la resolución de un arbitraje hecho por Pío IX. Pero el acuerdo quedó en el papel y esta se convirtió en tierra de nadie. Según los cálculos de Casement, en la zona el número de indígenas amazónicos existentes osciló entre los 30,000 y 70,000, pertenecientes a los grupos huitoto, ocaina, andoke, bora, muinane, monuya y rezígaro.
Mano de obra
Los indígenas eran mano de obra gratuita y sin ellos la explotación del caucho habría sido imposible. En sus diarios, Casement habla de su encuentro con Víctor Israel, un comerciante de caucho que viajó con él desde Iquitos hasta la zona del Putumayo. Esta entrevista le permitió entender cómo veían los empresarios a los nativos. “La única forma de civilizar a esta gente es ocupar, quemar sus casas o matarlos”, le dijo Israel. “¿Y el Estado no los defiende?”, preguntó Casement. “Ellos están de acuerdo”, respondió Israel. Así, Casement observó que los hombres jóvenes eran quienes servían para recoger el caucho, los ancianos eran asesinados y las mujeres eran sirvientas continuamente violadas por los capataces. Y quien no obedecía era castigado con el cepo, flagelado, mutilado o quemado vivo. “A los niños los venden como objetos curiosos y cuando se cansan de ellos los matan o los abandonan en cualquier parte de la selva”, escribió Casement.
Cornejo Chaparro explica que estos pueblos no tenían ninguna protección del Estado, ni siquiera podían ser defendidos cabalmente por la propia Asociación Pro Indígena –conformada por Zulen y Dora Mayer, entre otros intelectuales de la época– que argumentó la marginalidad de estos pueblos. “La situación en el Putumayo, como en otras zonas de remoto acceso y casi nulo control estatal, era muy compleja, el indígena era considerado una mera herramienta de trabajo, contra él había una inusual carga de desprecio y racismo. En los informes de Casement o los del Juez Rómulo Paredes impresiona la excesiva dosis de maldad y menosprecio por la vida”, sostiene el investigador. Otro argumento que esgrimían los capataces para ser tan brutales con los trabajadores era alegar un pretendido temor hacia el indio caníbal. Era una forma de justificar la dominación de los caucheros.
El impacto del informe
La Chorrera era la principal estación de la Casa Arana. Allí, Casement pasó gran parte de sus expediciones por el Putumayo. Entre los culpables de las peores vejaciones a los indios, Casement señala como principal autor intelectual a Julio César Arana, y de la extensa lista de autores materiales coloca en primer lugar a Fidel Velarde, Alfredo Montt, Augusto Jiménez y Armando Normand. En un principio, el gobierno peruano fue presionado por el escándalo internacional y procedió a la captura de los principales implicados. “Pero eso era solo de pantalla, después todo quedó en nada. La muerte de Casement propició que el gobierno peruano reivindicase a Julio César Arana, principal responsable de las atrocidades contra los indígenas del Putumayo”, explica Cornejo Chaparro.
Según la investigadora Pilar García Jordán, de la Universidad de Barcelona, la excusa del gabinete de Augusto B. Leguía para no intervenir era que la explotación de los indígenas se ejercía en todos los territorios en litigio entre el Perú y los países limítrofes. En uno de sus estudios sobre el tema, García Jordán cuenta que al perder la atención de la prensa, el gobierno de Leguía suscribió –en secreto– el Tratado Salomón-Lozano (1922), por el cual Colombia obtuvo del Perú el trapecio amazónico, que incorporaba prácticamente toda la zona del escándalo del Putumayo. Así llega a su final esta historia; en 1927, Julio César Arana fue elegido senador por Loreto, Casement llevaba once años muerto y los indígenas ya habían sido olvidados. Nunca recobraron lo que alguna vez fue suyo.
La vida del celta
• Roger Casement (1864-1916) nació en Dublín. Fue criado por un tío al morir sus padres. Funcionario británico entre 1835 y 1913, estuvo primero en el Estado Libre del Congo, donde descubrió la esclavización de millones de aborígenes sometidos por el rey Leopoldo II de Bélgica. Tras su denuncia, la Corona Británica lo condecoró con la Orden de San Miguel y San Jorge en 1905. Sus confesiones sirvieron más tarde para hilar la novela conocida como El corazón de las tinieblas (1902) de Joseph Conrad.
• En 1910 fue enviado a Brasil para desempeñarse como cónsul. Luego fue comisionado al Putumayo, en Perú. Después de su informe sobre la explotación de los aborígenes, el rey Jorge V lo nombró Caballero.
• Casement se retiró del servicio diplomático en 1913, luego viajó a Estados Unidos y se dedicó a la causa independentista irlandesa. Fruto de sus viajes a las colonias, desarrolló una profunda aversión a la Corona Británica. A pesar de sus nuevas tendencias, los irlandeses lo miraban con escepticismo. No obstante, fue él quien trató de contactar al embajador alemán para pedirle su apoyo contra la monarquía inglesa. Estos no accedieron a sus solicitudes y en abril de 1916 fue detenido cuando constataba la entrega de armas a favor de la causa independentista irlandesa, en la bahía de Tralee.
• Al ser capturado por los británicos se desató un escándalo en Europa. Inglaterra utilizó los Black Diaries –textos supuestamente escritos por Casement, en los que relata sus experiencias sexuales con otros hombres– para mancillar su reputación y contrarrestar la fuerte oposición internacional a que Casement muriera en la horca. Era una época en que ser homosexual era considerado un delito.
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