Por: Freddy A. Contreras Oré
El vínculo del líder con sus seguidores tiene un origen atávico. En la sociedad primitiva el jefe era reconocido por la comunidad en razón de sus aptitudes físicas para la lucha y el aprecio que despertaba su prudencia para afrontar satisfactoriamente las dificultades del grupo. En el mundo actual el líder es aceptado por una masa informe y extensa gracias a la imagen que vende a fuerza de propaganda, figuración mediática y una red de seguidores intermedios que se encargan de difundir las ideas y conductas del líder jugando el papel de clones de su conductor. Por eso los seguidores, en todas las escalas de una organización, sacrifican su identidad y someten su autonomía a la voluntad del líder: repiten lo que el conductor hace, repiten lo que el conductor dice, difícilmente piensan por sí mismos.
Cada vez que las circunstancias apuntan en su contra, los adeptos del CONARE retoman la cantaleta para revivificar a su líder, machacando acerca de la condición privatizadora de la Ley General de Educación Nº 28044, pese a que durante la huelga de 2003 los legisladores de todas las bancadas partidarias declararon que no lo era. El argumento recurrente de quienes objetan aquel documento legal es que en su artículo 4º se dice que la educación es un servicio público; (allí está la trampa porque dicho concepto implica retribución económica igual que el agua, el teléfono, la energía eléctrica y el transporte). Yo sostengo que en esa afirmación existe mucha maldad e intencionada manipulación para crear un instrumento funcional a los intereses de la cúpula dirigente. Sólo un monstruo que representa una terrible amenaza al magisterio y a los pobres del país puede mantener vivo los miedos de la masa y despertar sus ímpetus de lucha. Así el líder puede mantenerse consumiendo las energías de los seguidores; sin una amenaza patente el conductor pierde vitalidad a tal punto que puede no ser necesario. Esa posibilidad es un grave riesgo que el conductor no quiere correr.
Reflexionemos al respecto. Las palabras son polisémicas. Por tanto, dotarlo de un significado absoluto e irrebatible es un absurdo que sólo los desinformados y los engaña muchachos pueden hacer. Cualquier diccionario jurídico nos alcanza sobre la frase en cuestión dos significados que nos interesan ahora: servicio público es la actividad destinada a servir a la colectividad (es público porque se dirige a la colectividad). Este significado no refiere en ninguna parte su carácter privado o la necesidad de retribución económica porque también hay servicio público gratuito como la que se brinda en algunas oficinas del Estado. La otra acepción es que servicio público es la actividad que se lleva a cabo para beneficio de la comunidad bajo responsabilidad del Estado. Así tenemos que son servicios públicos la salud, la educación, la asistencia jurídica al desposeído y otras que el Estado asume para bien de las mayorías. Si el sentido de una expresión no está enteramente precisado debemos recurrir al análisis textual interno y externo con el fin de especificarlo; pero, la Ley General de Educación, para nuestro bien, refuerza en varios artículos la idea de que la educación básica es responsabilidad del Estado y financiado por él.
Nuestra Constitución Política emplea en varios artículos las expresiones servidor público, presupuesto público, gestión pública, educación pública y los dirigentes sindicales declaran ser comprometidos defensores de la escuela pública, todos éstos se refieren a las actividades del Estado y llama la atención que sólo el servicio público tenga un significado frontalmente opuesto gracias a una tergiversada interpretación.
Cuando mis colegas maestros repiten sin mayor análisis los conceptos amañados de las cúpulas dirigentes, refrendan lo manifestado por el diagnóstico educativo de los últimos años: no hay desarrollo de capacidades, pero si mucho facilismo y aprendizaje de paporreta; no hay pensamiento autónomo, sino heterénomo. Con seguidores así el líder tiene asegurado larga vida. ¡Felicidades, Huaynalaya!
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