Por: Freddy A. Contreras Oré
En sus “Tradiciones Peruanas”, don Ricardo Palma publicó en total 453 tradiciones que recogen de la historia sus argumentos y el ambiente para ser retocados con las telarañas del ingenio de nuestro tradicionista dando origen a un género inconfundible que no es historia ni leyenda sino poesía aderezada con datos de la verdad o fantasía hechizada con fogonazos de historia.
Durante mis vacaciones escolares de cuarto de secundaria, allá a mediados de los años setenta, me dejé ganar por la magia de tan voluminosa obra del abuelo Palma y, desde entonces, guardo especial cariño por esta tradición que ahora quiero compartir con los y las jóvenes estudiantes de mi provincia:
Cura de Concepción, en la provincia de Jauja, era por aquellos años el señor Pasquel, dignísimo sacerdote que andando los tiempos ocupó alta jerarquía eclesiástica. Cierto que no tuvo en el cerebro mucho de lo de Salomón; pero era un celoso pastor de almas, fiel cumplidor de sus deberes y de moralidad tan acrisolada que jamás pecó contra el sexto mandamiento.
Al pasar Orbegoso por Concepción alojóse en casa del cura, que había sido su amigo de la infancia y con quien se trataba tú por tú. El señor Pasquel echó el resto, como se dice, para agasajar a su condiscípulo el presidente y comitiva.
Entre los acompañantes de su excelencia había algunos militares del cuño antiguo que sazonaban la palabra con abundancia de ajos y cebollas, lo que traía alarmado al pulcro cura de Concepción, temeroso de que se contagiasen sus feligreses y saliesen, a roso y belloso, escupiendo interjecciones crudas.
Una noche en que platicaba íntimamente con Orbegoso, agotado ya el tema de las reminiscencias infantiles, habló el señor Pasquel de lo conveniente que sería dictar ordenanzas penando severamente a los militares que echasen un terno. Rióse su excelencia de las pudibundas alarmas del buen párroco, y díjole:
-Mira curita, así como a ustedes no se les puede prohibir que digan la misa en latín, lengua que ni el sacristán les entiende, tampoco se les puede negar al soldado el privilegio de hablar gordo. Muchas batallas se ganan por un taco redondo echado a tiempo, y para quitarte escrúpulos te empeño palabra de hacerte canónigo del coro de Lima el día que te oiga echar en público un…culebrón retumbante.
-Mira curita, así como a ustedes no se les puede prohibir que digan la misa en latín, lengua que ni el sacristán les entiende, tampoco se les puede negar al soldado el privilegio de hablar gordo. Muchas batallas se ganan por un taco redondo echado a tiempo, y para quitarte escrúpulos te empeño palabra de hacerte canónigo del coro de Lima el día que te oiga echar en público un…culebrón retumbante.
Como hasta en el pecho de los santos suele morder el demonio de la ambición, diose a cavilar el señor Pasquel, en que una canonjía metropolitana es bocado suculento, y de canónigo a obispo no hay más que una pulgada de camino, como diz que dice el abate Cucaracha de la Granja, a quien mis choznos verán mitrado.
Al siguiente día, con el pie ya en el estribo y rodeado de edecanes y demás muchitanga que forma el obligado cortejo de un presidente republicano, despedíase Orbegoso de su condiscípulo el cura. Este, que había meditado largo y resuéltose a ser canónigo, le dijo:
-Conque, José Luis, ¿eso de la canonjía es verdad o bufonada?
-Lo dicho, dicho, curita; pero no hay canonjía sin un taco enérgico. Conque decídete, que el tiempo vuela y hay muchos niños para un trompo.
-Conque, José Luis, ¿eso de la canonjía es verdad o bufonada?
-Lo dicho, dicho, curita; pero no hay canonjía sin un taco enérgico. Conque decídete, que el tiempo vuela y hay muchos niños para un trompo.
El señor cura se puso carnesí hasta el blanco de las uñas, cerró los ojos y exclamó:
-¡Qué cara…coles! ¡Hazlo, si quieres, y si no, déjalo!
-¡Qué cara…coles! ¡Hazlo, si quieres, y si no, déjalo!
Y después de lanzada la tremenda exclamación, el señor Pasquel, escandalizado, asustado del taco redondo que sus sacerdotales labios acababan de proferir, corrió a encerrarse en su cuarto y cayó de rodillas dándose golpes de pecho.
Quince días más tarde llegaba a Concepción un posta y apeóse a la puerta de la casa parroquial.
Orbegoso había cumplido su palabra, y el señor Pasquel era canónigo.
Pero por lo mismo que en el agraciado había mérito y virtudes que lo hacían digno hasta de la mitra, encontró émulos en sus compañeros de coro, que lo bautizaron con el apodo de el canónigo del taco.
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