miércoles, 22 de abril de 2009

Sirenas o nereidas


Por: Freddy A. Contreras Oré

Hace algún tiempo atrás, el rumor de una extraordinaria aparición se difundió por diferentes medios de comunicación en un par de días, y demostró mayor efectividad que cualquier otra noticia del frustrante anecdotario político o de las morbosas tragedias de carreteras: una criatura fabulosa, propia de la mitología clásica occidental, había sido encontrada en una laguna cercana al Huaytapallana, nuestra sagrada cordillera, y se anunciaba una secuela de presagios ingratos para el valle.

Para bien, la noticia quedó desvirtuada en breve tiempo y no es mi preocupación analizarla como un hecho sociológico, eso queda en manos de los especialistas. Sólo debo acotar que las mismas fotografías que se difundieron en los espacios noticiosos y en la red digital aquellos días, carecían de resolución y eran visiblemente trucadas. Mi interés sobre el tema se dirige a la relación equivocada entre el concepto, la idea, el contenido y; la voz, el término, la expresión que usamos para referirlo.

En la mitología clásica se considera que las sirenas son ninfas marinas, hijas de Aqueloo, el dios río, y su madre era una musa identificada como Calíope. Tenían busto de mujer y cuerpo de ave; extraviaban a los navegantes atrayéndolos con la dulzura de su canto, relataban bellas historias, tenían poderes de adivinación y fama de ser crueles. Su musicalidad, la seducción de su canto, deriva precisamente de su condición de hijas de una musa. En su condición de mujeres cantaban, festejaban y acompañaban a Perséfone, y cuando ésta fue raptada por Plutón se convirtieron en mujeres-pájaro por propia decisión para permanecer siempre vírgenes; o sostienen otros, por castigo de Démeter, la madre de aquélla, por no haberla protegido. Ulises, el héroe homérico, pudo evitar el caer víctima del encantamiento de las sirenas gracias a que obstruyó con cera el conducto auditivo de los tripulantes y, atado al mástil de su embarcación, las escuchó hasta el delirio, pero no se rindió al embrujo que lo llevaría a terminar en la isla devorado por ellas, como le había advertido la maga Circe.

La versión de la imagen de estas sirenas como mujeres-pez se inicia en la edad media cuando la visión religiosa de aquella época los lleva a establecer en ellas una relación de contubernio con la seducción pecaminosa y la tentación de la carne; las presentan, entonces, con tez blanca, cabello rubio, siluetas exuberantes, encantadoramente atractivas y hasta capaces de corresponder a los sentimientos de sus captores, en contraposición a las devoradoras y carniceras de su condición anterior. En cuanto a su difusión gráfica, los artistas plásticos pueden, además, hacer una adaptación más cómoda y estética del cuerpo femenino, en las partes de la cintura y caderas, a un remate con cola de pez.

La hipótesis más aceptable para explicar el cambio puede estar en el aspecto lingüístico: en el griego antiguo la voz pteguin significa alas y aletas a la vez; en latín sólo se diferencia por una letra pinnis-pennis; por lo que en la edad media la imagen de las sirenas fue reelaborada partiendo de una mala interpretación de sentido.

Las ninfas que si corresponden a las características que arriba se describen son las nereidas, también habitantes del mar, hijas de Nereo y extraordinariamente bellas, jóvenes mujeres de la cintura para arriba y cola de pez hacia abajo que seducían y raptaban a los navegantes llevándolos al mundo submarino para ser sus amantes. En ambos casos, las sirenas y nereidas, eran ninfas marinas, nunca de ríos o lagos. Provienen de la mitología clásica. En nuestra mitología andina no se registran seres con semejantes dotes; aunque en la nuestra encontramos una riqueza muy singular, pero se orientan a una visión del mundo y de sus dioses muy distintos.

La fuente originaria de toda mitología es aquello que nos asombra y que la experiencia directa no puede explicar; así también, todo orden social y cultural que se tambalean crea sus mitos para justificar su propia crisis.

miércoles, 15 de abril de 2009

El canónigo del taco


Por: Freddy A. Contreras Oré

En sus “Tradiciones Peruanas”, don Ricardo Palma publicó en total 453 tradiciones que recogen de la historia sus argumentos y el ambiente para ser retocados con las telarañas del ingenio de nuestro tradicionista dando origen a un género inconfundible que no es historia ni leyenda sino poesía aderezada con datos de la verdad o fantasía hechizada con fogonazos de historia.

Durante mis vacaciones escolares de cuarto de secundaria, allá a mediados de los años setenta, me dejé ganar por la magia de tan voluminosa obra del abuelo Palma y, desde entonces, guardo especial cariño por esta tradición que ahora quiero compartir con los y las jóvenes estudiantes de mi provincia:

Cura de Concepción, en la provincia de Jauja, era por aquellos años el señor Pasquel, dignísimo sacerdote que andando los tiempos ocupó alta jerarquía eclesiástica. Cierto que no tuvo en el cerebro mucho de lo de Salomón; pero era un celoso pastor de almas, fiel cumplidor de sus deberes y de moralidad tan acrisolada que jamás pecó contra el sexto mandamiento.

Al pasar Orbegoso por Concepción alojóse en casa del cura, que había sido su amigo de la infancia y con quien se trataba tú por tú. El señor Pasquel echó el resto, como se dice, para agasajar a su condiscípulo el presidente y comitiva.

Entre los acompañantes de su excelencia había algunos militares del cuño antiguo que sazonaban la palabra con abundancia de ajos y cebollas, lo que traía alarmado al pulcro cura de Concepción, temeroso de que se contagiasen sus feligreses y saliesen, a roso y belloso, escupiendo interjecciones crudas.

Una noche en que platicaba íntimamente con Orbegoso, agotado ya el tema de las reminiscencias infantiles, habló el señor Pasquel de lo conveniente que sería dictar ordenanzas penando severamente a los militares que echasen un terno. Rióse su excelencia de las pudibundas alarmas del buen párroco, y díjole:
-Mira curita, así como a ustedes no se les puede prohibir que digan la misa en latín, lengua que ni el sacristán les entiende, tampoco se les puede negar al soldado el privilegio de hablar gordo. Muchas batallas se ganan por un taco redondo echado a tiempo, y para quitarte escrúpulos te empeño palabra de hacerte canónigo del coro de Lima el día que te oiga echar en público un…culebrón retumbante.

Como hasta en el pecho de los santos suele morder el demonio de la ambición, diose a cavilar el señor Pasquel, en que una canonjía metropolitana es bocado suculento, y de canónigo a obispo no hay más que una pulgada de camino, como diz que dice el abate Cucaracha de la Granja, a quien mis choznos verán mitrado.

Al siguiente día, con el pie ya en el estribo y rodeado de edecanes y demás muchitanga que forma el obligado cortejo de un presidente republicano, despedíase Orbegoso de su condiscípulo el cura. Este, que había meditado largo y resuéltose a ser canónigo, le dijo:
-Conque, José Luis, ¿eso de la canonjía es verdad o bufonada?
-Lo dicho, dicho, curita; pero no hay canonjía sin un taco enérgico. Conque decídete, que el tiempo vuela y hay muchos niños para un trompo.

El señor cura se puso carnesí hasta el blanco de las uñas, cerró los ojos y exclamó:
-¡Qué cara…coles! ¡Hazlo, si quieres, y si no, déjalo!

Y después de lanzada la tremenda exclamación, el señor Pasquel, escandalizado, asustado del taco redondo que sus sacerdotales labios acababan de proferir, corrió a encerrarse en su cuarto y cayó de rodillas dándose golpes de pecho.

Quince días más tarde llegaba a Concepción un posta y apeóse a la puerta de la casa parroquial.

Orbegoso había cumplido su palabra, y el señor Pasquel era canónigo.

Pero por lo mismo que en el agraciado había mérito y virtudes que lo hacían digno hasta de la mitra, encontró émulos en sus compañeros de coro, que lo bautizaron con el apodo de el canónigo del taco.

martes, 14 de abril de 2009

Huaynalaya, la farsa al desnudo


Por: Freddy A. Contreras Oré

El vínculo del líder con sus seguidores tiene un origen atávico. En la sociedad primitiva el jefe era reconocido por la comunidad en razón de sus aptitudes físicas para la lucha y el aprecio que despertaba su prudencia para afrontar satisfactoriamente las dificultades del grupo. En el mundo actual el líder es aceptado por una masa informe y extensa gracias a la imagen que vende a fuerza de propaganda, figuración mediática y una red de seguidores intermedios que se encargan de difundir las ideas y conductas del líder jugando el papel de clones de su conductor. Por eso los seguidores, en todas las escalas de una organización, sacrifican su identidad y someten su autonomía a la voluntad del líder: repiten lo que el conductor hace, repiten lo que el conductor dice, difícilmente piensan por sí mismos.

Cada vez que las circunstancias apuntan en su contra, los adeptos del CONARE retoman la cantaleta para revivificar a su líder, machacando acerca de la condición privatizadora de la Ley General de Educación Nº 28044, pese a que durante la huelga de 2003 los legisladores de todas las bancadas partidarias declararon que no lo era. El argumento recurrente de quienes objetan aquel documento legal es que en su artículo 4º se dice que la educación es un servicio público; (allí está la trampa porque dicho concepto implica retribución económica igual que el agua, el teléfono, la energía eléctrica y el transporte). Yo sostengo que en esa afirmación existe mucha maldad e intencionada manipulación para crear un instrumento funcional a los intereses de la cúpula dirigente. Sólo un monstruo que representa una terrible amenaza al magisterio y a los pobres del país puede mantener vivo los miedos de la masa y despertar sus ímpetus de lucha. Así el líder puede mantenerse consumiendo las energías de los seguidores; sin una amenaza patente el conductor pierde vitalidad a tal punto que puede no ser necesario. Esa posibilidad es un grave riesgo que el conductor no quiere correr.

Reflexionemos al respecto. Las palabras son polisémicas. Por tanto, dotarlo de un significado absoluto e irrebatible es un absurdo que sólo los desinformados y los engaña muchachos pueden hacer. Cualquier diccionario jurídico nos alcanza sobre la frase en cuestión dos significados que nos interesan ahora: servicio público es la actividad destinada a servir a la colectividad (es público porque se dirige a la colectividad). Este significado no refiere en ninguna parte su carácter privado o la necesidad de retribución económica porque también hay servicio público gratuito como la que se brinda en algunas oficinas del Estado. La otra acepción es que servicio público es la actividad que se lleva a cabo para beneficio de la comunidad bajo responsabilidad del Estado. Así tenemos que son servicios públicos la salud, la educación, la asistencia jurídica al desposeído y otras que el Estado asume para bien de las mayorías. Si el sentido de una expresión no está enteramente precisado debemos recurrir al análisis textual interno y externo con el fin de especificarlo; pero, la Ley General de Educación, para nuestro bien, refuerza en varios artículos la idea de que la educación básica es responsabilidad del Estado y financiado por él.

Nuestra Constitución Política emplea en varios artículos las expresiones servidor público, presupuesto público, gestión pública, educación pública y los dirigentes sindicales declaran ser comprometidos defensores de la escuela pública, todos éstos se refieren a las actividades del Estado y llama la atención que sólo el servicio público tenga un significado frontalmente opuesto gracias a una tergiversada interpretación.

Cuando mis colegas maestros repiten sin mayor análisis los conceptos amañados de las cúpulas dirigentes, refrendan lo manifestado por el diagnóstico educativo de los últimos años: no hay desarrollo de capacidades, pero si mucho facilismo y aprendizaje de paporreta; no hay pensamiento autónomo, sino heterénomo. Con seguidores así el líder tiene asegurado larga vida. ¡Felicidades, Huaynalaya!